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Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición
personal en la producción, sino también una posición social. El capitalismo es
un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad
conjunta de muchos miembros de la sociedad, y en último
término, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad,
no es la propiedad personal; es una fuerza social.
En consecuencia, si el capital es transformado en la
propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es
la propiedad personal la que transforma en propiedad social. Esta perderá su
carácter de clase.
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del
salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al
obrero para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el
obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita
para la mera reproducción de su vida.
No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación
personal de los productos del trabajo, indispensables a la mera reproducción de
la vida humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda
dar un poder sobre el trabajo de otro, Lo que queremos suprimir es el carácter
miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para
acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase
dominante exige que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más
que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el
trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más
fácil la vida de los trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al
presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina al pasado.
En la sociedad burguesa el capital es independiente y
tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de independencia
y de personalidad.
¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la
burguesía considera como la abolición de la personalidad y la libertad! Y con
razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la
independencia burguesa y la libertad burguesa.
Por libertad, en las condiciones actuales de la
producción burguesa, se entiende libertad de comercio, la libertad de comprar y
vender.
Desaparecido el mercado, desaparecerá también la libertad
de mercar. Las declamaciones sobre la libertad de comercio, lo mismo que las
demás bravatas liberales de nuestra burguesía sólo tienen sentido aplicadas al
comercio encadenado y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la
abolición comunista del mercado, de las relaciones de producción burguesas y de
la propia burguesía.
Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad
privada. Pero en vuestra sociedad actual
la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus
miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes existe
para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad
que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad
sea privada de propiedad.
En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra
propiedad. Efectivamente eso es lo que queremos.
Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no
puede ser convertido en capital, en dinero, en renta de tierra, en una palabra,
en poder social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en
que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, desde
ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis sino
al burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser
suprimida.
El consumismo no arrebata a nadie la facultad de
apropiarse de los productos sociales; no quita más el poder de sojuzgar el
trabajo ajeno por medio de esta apropiación.
Se ha objetado que con la abolición de la propiedad
privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad
burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los
que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se
reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista
de apropiación y de producción de los productos materiales han sido hechas
igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del
trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la
propiedad de clase equivalente a la desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda
cultura.
La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa
mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en
máquinas.
Mas no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la
abolición de la propiedad burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas
de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras ideas son en sí mismas producto de
las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no
es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido
está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes
eternas de la Naturaleza y de la Razón de las relaciones sociales dimanadas de
vuestro modo de producción y de propiedad –relaciones históricas que surgen y
desaparecen en el centro de la producción-. La compartís con todas las clases
dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua, lo que
concebís para la propiedad feudal, no os
atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se
indignan ante este infame designio de los comunistas.
¿En qué base descansa la familia actual, la familia
burguesa? En el capital, en el lucro
privado. La familia. Plenamente desarrollada, no existe más que para la
burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda la
familia para el proletariado y en la prostitución pública.
La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de
existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del
capital.
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los
hijos por sus padres? Confesamos este crimen.
Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos,
sustituyendo la educación doméstica por la educación social.
Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la
sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la
intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etc.?
Los comunistas no han inventado esta ingerencia de la sociedad en la educación
a la influencia de la clase dominante.
Las declamaciones burguesas sobre la familia y la
educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan
más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia
para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio,
en simples instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer
la comunidad de las mujeres! -nos grita
a coro toda la burguesía.
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que
un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción
deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar
que las mujeres correrán la misma.
No sospecha que se trate precisamente de
acabar con esta situación de la mujer
como simple instrumento de producción.
Nada más grotesco, por otra parte, que el
horror ultra moral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad
oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen
necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener
a su disposición a las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la
prostitución oficial, encuentran un placer singular en encornudarse mutuamente.
El matrimonio burgués es, en realidad, la
comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de
querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por
una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la
abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de
las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y
privada.
Se acusa también a los comunistas de querer
abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar
lo que no poseen. Más, por cuanto el proletario debe en primer lugar conquistar
el Poder político, elevarse a la condición de clase nacional, construirse en
nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués.
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los
pueblos desaparecen de día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de
comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y
las condiciones de existencia que le corresponden.
El dominio del proletariado los hará desaparecer más deprisa
todavía. La acción común del proletariado, al menos el de los países
civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipación.
En la misma medida en que sea abolida la explotación de
un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el
interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.
En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo,
partiendo del punto de vista de la religión, de la filosofía y de la ideología
en general, no merece un examen detallado.
¿A caso se necesita una gran perspicacia para comprender
que con toda modificación sobrevenida en las condiciones de vida, en las
relaciones sociales, en la existencia social, cambian también las ideas, las
nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre?
¿Qué demuestra la historia de las ideas si no que la
producción intelectual se transforma con la producción material? Las ideas
dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase
dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad sean formados los elementos de una nueva, y la disociación de las antiguas condiciones de vida.
En el caso del mundo antiguo, las viejas religiones
fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII las ideas
cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la sociedad feudal
libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las
ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que
reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia.
“Sin duda –se nos dirá-, las ideas religiosas, morales,
filosóficas, políticas, jurídicas etc., se han ido modificando en el curso del
desarrollo histórico. Pero la religión, la moral, la filosofía, la política, el
derecho se han mantenido siempre a través de esas transformaciones.
Existen, además, verdades eternas, tales como la
libertad, la justicia, etc., que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero
el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y
la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el
desarrollo histórico anterior”.
¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las
ciudades que han existido hasta hoy se devuelve en medio de contradicciones de
clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes
épocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas
contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un
hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de
asombroso que la conciencia social de todas las edades, a despecho de toda
variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas
comunes, dentro de unas formas –formas de conciencia-, que no desaparecerán
completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de
clase.
La revolución comunista es la ruptura más radical con
las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que en el
curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas
tradicionales.
Mas, dejemos aquí las objeciones hechas por la
burguesía al comunismo.
Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la
revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la
conquista de la democracia.
El proletariado se valdrá de su dominación política
para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para
centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir,
del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor
rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.
Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principiomás
que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones
burguesas de producción, es decir por la adopción de medidas que desde el punto
de vista económico perecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el
curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como
medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.
Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los
diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser
puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:
1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo
de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
2. Fuerte impuesto progresivo.
3. Abolición del derecho de herencia.
4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados
y sediciosos.
5. Centralización del crédito en manos del Estado por
medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
6. Centralización en manos del Estado de todos los
medios de transporte.
7. Multiplicación de las empresas fabriles
pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los
terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
8. Obligación de trabajar para todos; organización de
ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas
encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el
campo.
10. Educación pública y gratuita de todos los niños;
abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy;
régimen de educación combinando con la producción material, etc.
Una vez que en el curso de desarrollo hayan desaparecido
las diferencias de clases y se haya concentrado toda la producción en manos de
los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El
Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase
para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado
constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte
en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las
viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones
de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de
las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.
En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus
clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre
desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de
todos.
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