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MANUAL
Y MÁXIMAS
I
1. Hay ciertas cosas que dependen de nosotros
mismos, como nuestros juicios, nuestras tendencias, nuestros deseos y
aversiones y, en una palabra, todas nuestras operaciones. Otras hay también que
no dependen, como el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder; en una
palabra, todo aquello que no es de nuestra operación.
2. Lo que depende de nosotros es libre por su
naturaleza, y no puede ser impedido ni forzado de ningún hombre, y, al
contrario, lo que no depende de nosotros
es servil, despreciable y sujeto al ajeno poder.
3. Acuérdate, pues, que si juzgas por libre y
tuyo lo que de su naturaleza es servil y sujeto al poder ajeno, hallarás muy
grandes inconvenientes, y te verás confuso en todos tus designios y expuesto a
mil molestias, y al fin acusarás a los dioses y a los hombres de tu infortunio.
Y si, al contrario, creyeres ser tuyo solamente lo que de verdad te pertenece,
y supieres considerar como externo o extranjero lo que en efecto lo es, cierto
que nada será capaz ni bastante para desviarte de lo que te hayas propuesto a
hacer; que no emprenderás cosa alguna que te pese; que no tendrás enemigos, ni
padecerás jamás un mínimo desplacer.
4. Si deseas, pues, tan grandes bienes, sabe
que no basta desearlos tibiamente para obtenerlos, sino que te conviene evitar
del todo algunas cosas y prívate de otras por algún tiempo. Porque si (no
contento con el que posees) tienes ambición de entrar en cargos y de amontonar
riquezas, acuérdate que perderás absolutamente los medios verdaderos de
granjear la libertad y la felicidad. Y también podrá sr que quedes frustrado de
lo que pretendes con tanta pasión.
5. Cuando se te ofrece algún objeto enojoso,
acostúmbrate a decir en ti mismo que no es lo que parece, sino pura
imaginación. Luego que hayas hecho esta reflexión, examina el objeto por las
reglas que ya tienes para ello. Considera si es cosa que depende de ti; porque
si no depende, dirás que no te toca.
II
1. Advierte que el fin del desear es obtener
lo que se desea, y el fin de la aversión es huir de lo que se pretende evitar.
Y como es desdichado el que se ve frustrado de lo que desea, así es miserable
el que cae en lo que más piensa evitar. Pos lo cual, si tienes aversión
solamente de lo que depende de ti (como las falsas opiniones), asegúrate que no
caerás jamás en lo que aborreces. Pero si tienes aversión por lo que no depende
de ti (como las enfermedades, la muerte y la pobreza), no dudes que serás miserable,
pues que no las puedes evitar, y que has de caer infaliblemente en ellas.
2. Si quieres ser dichoso, nunca repugnes a
lo que no depende de ti; mas transfiere tu odio contra lo que resiste a la
naturaleza de las cosas que dependen de tu voluntad. Demás de esto, no desees
por ahora nada con pasión; porque si deseas cosas que no dependen de ti, es
imposible que no te veas frustrado. Y si deseas las que de ti dependen,
advierte que no estás bastantemente instruido de lo que es necesario para
desearlas honestamente. Por lo cual, si quieres hacer bien, acércate a ellas de
manera que puedas retirarte cuando quieras. Pero todo esto se ha de hacer con
medida y discreción.
III
El verdadero medio de no estar sujeto a
turbación es considerar las cosas que son de nuestro gusto o de nuestra
utilidad, o aquellas que amamos, como ellas son en sí mismas. Hase de comenzar
el examen por las que importan menos. Por ejemplo: cuando manejas una olla de
barro, piensa que es una olla de tierra la que manejas, y que puede quebrarse
fácilmente. Porque, habiendo hecho esta reflexión, si acaso se quebrare, no te
causará alteración. Asimismo, si amas a tu hijo o tu mujer, acuérdate que es
mortal lo que amas, y por este medio te librarás del impensado sobresalto
cuando la muerte te los arrebate.
IV
Antes de emprender alguna obra examínala muy
bien. Si has resuelto ir al baño, antes de partir represéntate todos los
inconvenientes que se siguen de ir al baño: echarse agua los unos a los otros,
el empujarse para tomar mejor lugar, el darse vayas y el perder los vestidos.
No dudes que ejecutarás muy seguramente lo que emprendes si dices en ti mismo:
“Quiero ir al baño, pero también quiero observar el modo de vivir que me he
propuesto.” Sigue esta máxima en todo lo que emprendas; porque en este medio,
si te sucede algún inconveniente o alguna desgracia bañándote, te hallarás todo
resuelto, y dirás: “No he venido aquí solamente para bañarme, sino también he
venido con resolución de no hacer nada contra mi modo de vivir, el cual yo no observaría
si sufriese con algún pesar o desplacer las insolencias que aquí se cometen.”
V
No son las cosas las que atormentan a los
hombres, sino las opiniones que se tienen de ellas. Por ejemplo: la muerte
(bien considerada) no es un mal; porque, si lo fuera, lo habría parecido a
Sócrates como a los demás hombres. No, no; la opinión falsa que se tiene de la
muerte la hace horrible. Por lo cual, cuando nos hallamos turbados o impedidos,
debemos echar la culpa a nosotros mismos y a nuestras opiniones.
Propio de ignorantes es el culpar a
otros de las miserias. Aquel que a sí mismo se culpa de su infortunio comienza
a entrar en el camino de la sabiduría; pero el que ni se acusa a sí no a los
demás, es perfectamente sabio.
VI
No te alabes jamás de ajenas excelencias. Si
un caballo pudiese decir que es hermoso, en su boca sería tolerable. Pero
cuando te alabas de tener un hermoso caballo, ¿sabes lo que haces? Te alabas de
lo que no te pertenece. ¿Qué es, pues, lo que es tuyo? El uso de lo que está a
tu vista. Por esta razón, si miras las cosas conforme a su naturaleza y juegas
de ellas como debes, entonces te es permitido guiarte en ellas, porque le
alegras con un bien que posees efectivamente.
VII
Si te hallase embarcado y el bajel viniese a
tierra, te sería permitido desembarcar para buscar agua; y asimismo nadie te
impediría el coger las conchuelas que te hallares en tu camino. Pero te
convendría tener la vista siempre en el bajel, atendiendo a cuando el piloto te
llamase, y entonces sería menester dejarlo todo de miedo que no te hiciese
embarcar atado de pies y manos como una bestia. Lo mismo sucede en la vida. Si
Dios te da mujer e hijos, permitido te es amarlos y gozar de ellos. Pero si
Dios te llama, conviene dejarlos sin más pensar, y correr ligeramente a la
nave. Y si ya eres viejo, guárdate de alejarte y de no estar prevenido cuando
seas llamado.
VIII
Nunca pidas que las cosas se hagan como
quieres; mas procura quererlas como ellas se hacen. Por este medio todo te
sucederá como lo deseas y serás feliz.
IX
La enfermedad es un impedimento del cuerpo,
no de la voluntad. Por ejemplo: el ser cojo impide a los pies andar, mas no
embaraza la voluntad de hacer lo que ella quiere, si emprende tan solamente lo
que puede efectuar. De esta misma manera puedes considerar todas las cosas que
suceden y conocerás que a ti no te embarazan, aunque impiden a los demás.
X
En todo lo que te sucediere, considera en ti
mismo el medio que tienes de defenderte. Por ejemplo: si ves una hermosa muer,
advierte que tienes la templanza, que es un poderoso medio para oponer a la
hermosura. Si estás obligado a emprender algún trabajo penoso, recurre a la
paciencia. Si te han hecho alguna injuria, ármate de la constancia. Y si te
acostumbras a obrar de esta manera siempre, nunca los objetos tendrán poder
sobre ti.
XI
Nunca digas que has perdido alguna cosa, sino
siempre di que la has restituido. Cuando tu hijo o tu mujer murieren, no digas
que has perdido a tu hijo o tu mujer, sino que los has restituido a quien te
los había dado. Pero cuando se nos ha quitado alguna heredad, ¿habremos de
decir también que la hemos restituido? Puede ser que pienses que no, porque el
que te ha despojado de ella es un hombre malvado, como si a ti te tocara, por
cuya mano vuelve tu posesión a quien te la dio. Por lo cual conviene que
mientras la tienes a tu disposición la tengas por extraña, no haciendo más caso
de ella que el caminante hace de las posadas en que se aloja.
XII
1. Si quieres adelantar en el estudio de la
virtud, aparta del entendimiento estos pensamientos: “Si no tengo cuidado de
mis negocios, no tendré con qué subsistir; si no castigo a mi esclavo, saldrá
malo.” Advierte que vale más morir de hambre y conservar la grandeza del
ánimo la tranquilidad del espíritu hasta
los postreros suspiros, que vivir en la abundancia con
un alma llena de inquietud y de tormento. Advierte, te digo, que vale más
sufrir que tu esclavo salga malo que hacerte tu mismo desdichado.
2. Es
menester que desde luego te ensayes en las cosas menores. Por ejemplo: si se
derrama tu aceite o te roban el vino de tu cueva, haz esta reflexión y di en ti
mismo: "A este precio se compra la tranquilidad y la constancia". En
efecto, nada se adquiere de gratis, y necesariamente nos ha de costar alguna
cosa. Haz lo mismo cuando llamas a tu criado; piensa que no está pronto a tu
voz, y que cuando lo esté, puede ser que no haga nada de lo que tu desees que
haga. Sea lo que fuere, no permitas jamás que tenga el poder de enojarte y de
turbarte el espíritu cuando él quiera.
XIII
No se te dé
nada de que el pueblo te tenga por extravagante porque desprecias las cosas
exteriores, ni tampoco afectes el parecer hombre suficiente. Si por suerte
sucede que se haga algún caso de ti, desconfía entonces de ti mismo. Porque es
extremadamente difícil el dejarse llevar de lo exterior y conservar en sí una
resolución conforme a la naturaleza y modo de vivir que te has propuesto. Y no
puede ser que se haga lo uno sin olvidar lo otro.
XIV
1. Si quieres
que tus hijos, tu mujer o tus amigos vivan por siempre, has perdido el
entendimiento. Porque es querer que dependa de ti absolutamente lo que no
depende en manera alguna, y que lo que es ajeno te pertenezca. Asimismo, si
pretendes que tu hijo no cometa falta alguna, también eres ridículo, porque
quieres que el vicio no sea vicio. Por lo cual, si tienes gana de no ser jamás
frustrado en tus deseos, no desees si no aquello que depende de ti.
2.
Verdaderamente es dueño de todas las cosas el que tiene poder de retener las
que quiere y desechar las que l disgustan. Cualquiera, pues, que tenga deseo de
ser libre de esta suerte, conviene que se acostumbre a no tener deseo ni
aversión alguna de todo lo que depende del poder ajeno. Porque, si obra de otra
manera, caerá infaliblemente en la servidumbre.
XV
Acuérdate que
debes comportarte en la vida como en un banquete. Si se pone algún plato
delante de ti, puedes meter la mano y tomar honestamente tu parte; si sólo pasa
delante de ti, guárdate bien de detenerlo o meter la mano en él temerariamente:
antes, espera apaciblemente a que vuelva a ti. Lo mismo debes hacer para con tu
mujer, tus hijos, las dignidades, las riquezas y todas las otras cosas de este
género. Porque por este medio te harás merecedor de comer a la mesa de los
dioses. Empero, si eres tan generoso que rehuses también lo que te presentan,
no sólo serás digno de comer a la mesa de los dioses, si no que merecerás tener
parte en su poder. Diógenes y Heráclito fueron reputados por hombres divinos
(como lo eran en efecto), por haber obrado de esta manera.
XVI
Cuando veas
suspirar a alguno porque su hijo partió de su casa, o por haber perdido lo que
poseían, no te dejes vencer de este objeto ni te imagines que aquél sea
efectivamente desdichado por la pérdida de estas cosas extrañas. Haz de ti
mismo esta distinción y di luego: "No es este accidente el que aflige a
este hombre, pues que no toca a otros muchos; lo que le atormenta es la
opinión. Y asimismo fingirás estar triste y compadecerte de su aflicción si lo
juzgas a propósito. Más guardate, sobre todo, que, fingiéndolo, no te
entristezcas efectivamente en tu corazón.
XVII
Acuérdate que
conviene que representes la parte que te ha querido dar el autor de la comedia.
Si es corto tu papel, represéntate corto; y si largo, represéntate largo. Si te
manda a hacer el papel de pobre, hazle naturalmente lo mejor que pudieres. Y si
te da el del príncipe, el de cojo o el de un oficial mecánico, a ti te toca el
representarlo y al autor de escogértele.
XVIII
Si por acaso
algún cuervo vuelve a granzar, no te cause alteración. Haz luego en ti mismo
esta reflexión: "No grazno por mí este cuervo; puede ser que sean por mi
cuerpo o por el poco bien que poseo, o por mi reputación, o por mis hijos y mi
mujer; cuanto a mí, no hay nada que no me sea presagio de dicha, porque a mí
sólo me toca sacar provecho y utilidad de cuando sucediere".
XIX
1. Puedes ser
invencible si nunca emprendes combate de cuyo suceso no estés seguro y sólo
cuando sepas que está en tu mano la victoria.
2. Cuando
veas a alguno promovido a dignidades, o favorecido, o acreditano, no te dejes
llevar de la apariencia ni digas que es dichoso. Pues la verdadera tranquilidad
de espíritu consiste en no desear sino lo que depende de nosotros mismos; no ha
de acusarnos celos ni envidia el lustre delas grandezas. No has de tener
ambición de ser senador, cónsul ni emperador; conviene que cuides solamente de
ser libre; en esto se ha de terminar todas tus pretensiones. Un solo medio hay
para alcanzarlo, que es menospreciar todo lo que no depende de nosotros.
XX
Acuérdate que
no te ofende el que te injuria ni el que te golpea, sino la opinión que has
concebido. Cuando alguno, pues, sea causa de que hayas encolerizado, sabe que
no es él, si no tu opinión, la que te irrita; por lo cual, conviene estar atento
a no dejarte llevar de tu pasión, porque cuanto más presto lo hicieres tanto
más fácilmente la domarás.
XXI
Ten cada día
delante de los ojos la muerte, el destierro y las otras demás cosas que la
mayor parte de los hombres ponen en el número de males. Pero cuida
particularmente de la muerte, porque por este medio no tendrás ningún
pensamiento bajo ni servil, ni desearás nunca nada con pasión.
XXII
Si tienes
designio de perfeccionarte en el estudio de la filosofía, prepárate a sufrir
las burlas y las befas de todo el mundo. Dirante: "¿Cómo te has hecho filósofo
de golpe? ¿De dónde te viene este se vero
semblante?” Búrlate de todo como no sea verdad lo que te dicen ni tengas la
gravedad de que te reprendan. Compórtate solamente con los que te parecieren
mejor, de manera que nada sea bastante a moverte, y queda en esto tan firme
como si Dios te lo hubiese ordenado. Si persistes en la misma resolución y quedas
constante en el mismo estado, serás objeto de admiración por los que antes se
burlaban de ti. Si al contrario, decaes y mudas una vez de resolución, todo lo
que has hecho servirá solamente para dar causa a que se redoblen las burlas y
los escarnios contra ti.
XXIII
No
te complazcas en lo exterior. Conténtate con ser un filósofo en todo. Si,
además, quieres parecerlo, parécetelo a ti mismo, y que eso te baste.
XXIV
1. No te
embaraces el entendimiento con pensar que no se hará caso de ti, que no
recibirás honra alguna. Si el no recibir honra fuese un mal, seguiríase que
estaría en poder ajeno el hacernos desdichados, lo cual no puede ser, porque
como no podemos caer en el vicio por acción ajena, así no podemos caer en el
mal por ajena acción. ¿Depende de ti el tener la soberana autoridad, el ser
convidado a los festines y, finalmente, poseer todos los demás bienes extraños?
No depende de ninguna manera. ¿Cómo puedes decir que vivirás en ignominia si no
gozas de tales cosas? ¿Cómo puedes quejarte que no serás estimado? Pues debes
encerrar todos tus deseos y todas tus pretensiones en ti mismo y en lo que
depende de ti, donde te es permitido el estimarte cuanto quieras.
2. Puede ser,
me dirás, si vivo así, que no llegaré nunca a estado de servir a mis amigos.
¡Oh, cuán engañado estás! ¿Cómo piensas que se te ha de entender esta
proposición? ¿Conviene asistir a los amigos? No quiere decir que se les haya de
dar dinero ni hacerlos ciudadanos de Roma, puesto que esto no está en nuestro
poder y que es imposible el dar a otro lo que no se tiene.
3. Ya preveo
que me responderás que se ha de hacer todo lo posible para alcanzar haciendas y
crédito a fin de socorrer a los amigos en las necesidades, pero si puedes
mostrarme camino por donde se pueda adquirir esto conservando la honestidad, la
fe y la generosidad, te prometo emplear toda clase de medios para alcanzarlo si
me pides que yo pierda mis bienes por adquirirte otros que no son verdaderos
bienes, considera que es injusto y contra razón. Juzga si no debes hacer más
caso de un amigo honesto y fiel que del dinero. Haz, pues, lo que puedas para
conservarme estas calidades, y nunca me obligues a hacer cosa que sea capaz de
hacérmelas perder.
4.
Replicarasme que por este medio no harás ningún servicio a tu patria. Pero ¿qué
entiendes por estas palabras? Verdad es que no la adornarás con pórticos o
baños públicos. No son herreros los que abastecen la villa de zapatos, ni los
zapateros los que le dan las armas; basta que cada uno haga su oficio. ¿Piensas
ser inútil a tu patria cuando le das un ciudadano que es hombre honrado y
virtuoso? Pues advierte que no sabrías hacerle mayor servicio.
5. Deja de
hoy en adelante estos discursos. No digas que no tendrás dignidad alguna en tu
ciudad. Poco importa en qué estado te halles como no olvides la honra y la
fidelidad. ¿Piensas hacerte útil a tu patria si te apartas de la virtud?
Imagina qué provecho sacará de ti cuando te hayas hecho pérfido e imprudente.
XXV
1. No te
ofendas de que sienten a la mesa a otro en mejor lugar que tú, ni de que le
saluden primero o se tome su consejo y no el tuyo, porque si estas cosas son
buenas, te has de holgar de que le hayan sucedido, y si malas, no te debe pesar
porque no te sucedan. Además, acuérdate que pues que haces profesión de no
hacer nada para obtener las cosas exteriores, que no es maravilla si no las
alcanzas y que te prefieran otros que han hecho todos sus esfuerzos para
adquirirlas.
2. En efecto,
no es justo que el que no se mueve de su casa tenga tanto crédito como aquel
que hace visitas todos los días y está perpetuamente a la puerta de los
grandes. No es razón, digo otra vez, que sea tan estimado el que no puede
resolverse a alabar a nadie, como el que da excesivas abalanzas por las mínimas
acciones. Sería en verdad injusto e insaciable, todo junto, querer tener de
balde estos bienes y sin comprarlos al precio que ellos cuestan.
3. Supón, por
ejemplo, que se venden lechugas y que valen un dinero; si alguno paga el
precio, se las dan, pero si tú no quisieres pagar nada, no las tendrás. ¿Serías
por eso de peor calidad que el otro? No, de ninguna manera; porque si aquél
tiene lechugas, tú tienes dinero.
4. Lo mismo
es en las cosas de que hablamos. Si no eres convidado al banquete, es porque no
has pagado el escote. El que lo da, lo vende por alabanzas, por servicios y por
sumisiones. Si tienes gana de ser admitido, resuélvete a comprarlo por el
precio que cuesta. Porque pretender estas cosas sin hacer lo que es necesario
para alcanzarlas, es ser insaciable y haber perdido el sentido.
5. ¿Crees
también que si pierdes esta cena no tienes nada en recompensa? ¡Oh!, tienes
algo mucho más excelente; no has alabado al que no querías alabar; no has
sufrido la insolencia y el soberbio modo con que trata a los que vienen a su
mesa. Ésta es la ganancia que has hecho.
XXVI
Por
la opinión que tenemos de las cosas que nos tocan podemos conocer lo que desea
la naturaleza. Cuando el criado de tu vecino rompe un vidrio decimos luego que
aquello sucede ordinariamente. Conviene comportarse de la misma manera cuando
te rompa el tuyo, y quedar tan mensurado como cuando se rompió el de tu vecino.
Aplica esto también a las cosas mayores. Cuando el hijo o la mujer del vecino
se mueren, no hay quien no diga que eso es natural; pero cuando nos sucede tal
accidente nos desesperamos y gritamos diciendo: “¡Ah! ¡Cuán desdichado soy!
¡Ah! ¡Cuán miserable!” Pero deberás acordarte en este suceso lo que sientes
cuando a otro le acontece la misma cosa.
XXVII
La
naturaleza del mal está en el mundo como un blanco puesto para adiestrarnos y
no para hacernos errar.
XXVIII
Si
alguno entregase su cuerpo al primero que encontrase para hacer de él lo que quisiese, seguro estoy de que no lo tendrías por bueno y
que te enojarías. Y, no obstante, no tienes vergüenza de exponer tu alma al
capricho de todo el mundo; porque luego que te dicen alguna injuria te turbas y
dejas llevar del sentimiento de la cólera.
XXIX
1. No
emprendas, pues, nada sin considerar antes lo que ha de seguirse a tu empresa,
y si obras de otra manera podrá ser que tu designio te salga bien al principio
y tengas placer; pero ten por seguro que después te avergonzarás y que te
arrepentirás pronto o tarde.
2. Sin duda
te holgarías de ganar la victoria en los juegos olímpicos. Asegúrate que yo
tendría tanta gana como tú, porque no te puedo negar que es bella cosa. Mas si
tienes este designio has de considerar lo que precede y lo que se sigue a tal
empresa. Hecha esta reflexión, observarás lo siguiente: acostúmbrate a guardar
buen orden; a no comer sino por necesidad, a abstenerte de toda suerte de
viandas apetitosas; a no beber jamás frío, sin que nada sea capaz de
estorbártelo; finalmente, te has de sujetar al maestro de armas como a un
médico; después entrarás en la tela o en el palenque. Pero te conviene
resolverte a cuanto te pudiere suceder; tal vez a herirte las manos y los pies,
y tal vez a ser azotado, y después de todos estos trabajos estás también en
riesgo de ser vencido.
3. Pero si
nada de esto te hacer mudar de propósito y quedas en tu primera resolución,
entonces podrás emprender el combate de la lucha. Porque si haces de otra
suerte te sucederá como a los niños que imitan a los gladiadores, los
luchadores, los flauteros, los trompetas, y que asimismo representan tragedias
haciendo toda suerte de oficios, sin ser capaces de ninguno. Imitarás, como
mona, todo lo que vieres hacer a otros, y dejarás ligeramente una cosa para
comenzar otra. ¿Quieres saber la causa? Es que emprendes sin premeditación, que
te dejas llevar temerariamente y que sólo sigues tu primer movimiento y tu
capricho.
4. Haces como
los que tienen gana de ser filósofos, cuando oyen decir a alguno: “¡Oh qué bien
ha hablado Éufrates! ¡Quién pudiera hacer un razonamiento tan alto y de tanta
fuerza como él!”
5. ¡Oh, hombre,
quienquiera que seas! Si quieres salir con tus designios, considera
primeramente lo que deseas hacer, y mira si lo que emprendes es conforme a tu
naturaleza, y si ella podrá resistir. Si tienes gana de ser luchador, advierte
si tus brazos son harto fuertes, si tus muslos y tus lomos son propios para
ello, porque los unos nacieron para una cosa y los otros para otra.
6. Cuando
hayas comprendido la filosofía, si pensases beber y comer, y hacer el
melindroso como antes, te engañarás mucho. Es menester resolverse a trabajar, a
dejar los amigos, a ser tal vez despreciado de un criado y a ver a otros más
honrados y acreditados que tú para con los grandes, los magistrados y los
jueces en cualquier negocio que pueda ofrecerse.
7. Medita,
pues, sobre todas estas dificultades, y considera si no prefieres poseer la
tranquilidad del espíritu, la libertad y la constancia. Porque si no haces esta
reflexión, advierte que (al ejemplo de los niños de que te he hablado) no seas
ahora filósofo, poco después bandolero, luego orador, y, últimamente,
procurador del César. Créeme: nada de esto conviene lo uno con lo otro.
Considera que sólo eres un hombre y que es necesario que seas eternamente bueno
o constantemente malo, que te apliques solamente a perfeccionar el espíritu y
la razón o que te dediques a las cosas exteriores y que te pierdas
absolutamente, porque es imposible hacer lo uno y lo otro juntamente. Es decir,
que es necesario tengas el estado de filósofo o de hombre de común calidad de
los del menudo pueblo.
XXX
1. Todos los
deberes a que somos obligados se han de medir con la calidad de las personas a
quienes se deben. Si es un padre, tu oficio te obliga a cuidar de él y a
cederle en todo. Si te injuria o te golpea, le has de sufrir con paciencia.
Podrá ser que me digas: “Mi padre es un malvado.” No es buena excusa. Cuando la
naturaleza te dio padre no se obligó a dártelo bueno. Así, cuando tu hermano te
hace algún agravio, no repares en lo que él te hace, sino considera a lo que te
obliga la hermandad y cómo te debes gobernar con él para no hacer nada que no
sea conforme a naturaleza. En efecto, persona ninguna te puede ofender si tú no
quieres, y si te hace injuria es solamente cuando tú crees que se te hace;
juzga lo mismo de todo lo restante. Aprenderás lo que debes al vecino, al
ciudadano y al general del ejército, si te acostumbras a considerar lo que son.
XXXI
1. Sabe que
el punto principal de la religión consiste en tener buen concepto de los
dioses, como creer que en efecto son y que gobiernan el mundo con bondad y
justicia. Que es menester obedecerlos; que nos debemos contentar con todo lo
que hacen y seguir inviolablemente sus órdenes, como nacidas de una
inteligencia muy excelente y muy perfecta, porque de esta manera no los
acusarás nunca ni te quejarás de que te hayan desamparado.
2. Pero esto
no se puede hacer si menosprecias todo aquello que no depende de ti, y si no
comprendes todo el bien y todo el mal en lo que depende de ti absolutamente.
Porque si piensas que el bien o el mal sea alguna otra cosa, te equivocaras
muchísimas veces en lo que deseas, caerás en aquello de lo que huyes y culparás
y aborrecerás a los que fueron causa de tus desdichas.
3. En efecto,
como es natural a todos los animales el huir de lo que les puede dañar, y tener
aversión a todos los que pueden hacerles mal, también tienen la misma
inclinación a abrazar lo que les es útil y acariciar a todos los que les pueden
hacer bien. De suerte que es imposible que una persona que cree haber recibido
daño se alegre con el que se le ha hecho, ni que el desagrado que ha recibido
le dé gusto.
4. Por esto
algunas veces injuria el hijo al padre, porque no le da lo que se tiene por
bien entre los hombres. Esto mismo causo la guerra entre Eteoles y Polinice,
porque se habían imaginado que el imperio era un bien. De aquí procede también
que el labrador, el piloto, el mercader y los que pierden sus mujeres y sus
hijos blasfeman contra los dioses. Ordinariamente se encuentra la piedad donde
se halla la utilidad, y por esta razón el que cuida de no desear ni huir de
cosa que no sea digna de huirse ni de desearse estudia al mismo tiempo ser
hombre de bien y pío.
5. Es
menester que cada uno haga sus ofrendas y sacrificios según la costumbre del
país donde mora, con mucha modestia, sin ser avaro ni pródigo, poniendo en esto
toda la pureza y toda la diligencia que se requiere.
XXXII
1. Cuando vas
a consultar al adivino, sin duda ignoras lo que ha de suceder, porque para eso
le consultas; pero para saber si lo que ha de suceder será bueno o malo no
necesitas de adivino; que ya lo sabes, si eres filósofo. Porque si es alguna
cosa que no depende de ti (como necesariamente lo es, pues que ignoras el
suceso) , puedes seguramente decir que no es buena ni mala.
2. Cuando
vayas al adivino no lleves deseo ni aversión, porque de otra suerte te
acercarás a él siempre temblando. Ten por máxima que todo acontecimiento es
indiferente y que no podrá impedirte ni estorbarte lo que te has propuesto
hacer, y que, comoquiera que sea, está siempre en tu poder el usar bien de él.
Acércate, pues, a los dioses con espíritu firme y seguro, y considéralos como
los que te pueden dar muy buenos consejos. Cuando te hayan dado alguna
respuesta, síguela exactamente. Considera quiénes son los que has consultado y
que no podrías desobedecerlos sin menospreciar su potencia y sin incurrir en su
indignación.
3. Las cosas
de que se ha de consultar al oráculo son aquellas, como decía Sócrates, cuya
consideración se refiere propiamente a la suerte y que no pueden ser previstas
por la razón ni por ningún arte; de manera que, cuando toca a la defensa de tu
patria o de tu amigo, no es menester ir al adivino para eso, porque si te dice
que las entrañas de la víctima dan presagio de mal suceso, es señal infalible
que morirás estropeado o desterrado, lo cual podría ser que te estorbase el
designio que tú tenías. No obstante, la razón pide que socorras, con peligro de
tu misma vida, a tu amigo y a tu patria. Sea, pues, tu recurso el mayor
oráculo. Vete al oráculo Pitio, que echó de su templo a un hombre porque en
tiempo pasado no había socorrido a uno de sus amigos a quien mataban.
XXXIII
1. Conviene
que te prescribas una cierta manera de vivir o una ley que observes
inviolablemente en cualquiera parte que puedas estar, sea conversando entre los
hombres o retirado en tu vida privada.
2. Guarda el
silencio cuanto te fuere posible. Nunca digas sino lo que
absolutamente es necesario, y en ello emplea las menos palabras que pudieres. Cuando se ofrezca la ocasión de hablar, no te pongas a discurrir de los gladiadores, ni de los juegos del circo, ni de los luchadores, ni del comer y beber, ni de todas las demás impertinencias con que la mayor parte del mundo se entretiene. Mas, sobre todo, advierte que en tus discursos no uses de alabanzas ni desprecios, ni hagas comparación de personas.
absolutamente es necesario, y en ello emplea las menos palabras que pudieres. Cuando se ofrezca la ocasión de hablar, no te pongas a discurrir de los gladiadores, ni de los juegos del circo, ni de los luchadores, ni del comer y beber, ni de todas las demás impertinencias con que la mayor parte del mundo se entretiene. Mas, sobre todo, advierte que en tus discursos no uses de alabanzas ni desprecios, ni hagas comparación de personas.
3. Cuando
estuvieres entre tus amigos, si la conversación fuere poco honesta, haz cuanto
pudieres para hacerlos mudar de discurso; mas, si estás entre extraños, no
hables palabra.
4. No rías
mucho, ni a menudo, ni a carcajadas.
5. Si puede
ser, nunca jures, y si te excitan a que jures, haz primero todo lo posible para
excusarlo.
6. Evita las
fiestas populares, y si tuvieras que acudir a ellas, reflexiona y cuida de tus
acciones para que no caigas insensiblemente en la manera de obrar del pueblo;
porque es menester que sepas que es imposible que dejes de ensuciarte (por más
limpio que estés) si te restriegas con tu compañero que está sucio.
7. De todo lo
que sirve al cuerpo (como el comer, el beber, los vestidos, las casas y los criados)
, no tengas más que lo que pide la necesidad y cuanto ha menester el espíritu
para estar sano, y desecha todo lo que sirve al lujo y a los deleites.
8. Abstente
cuanto te fuere posible del placer de las mujeres hasta que seas casado, y
cuando lo seas usa del matrimonio legítimamente y como lo manda la ley. Mas
cuando lo hagas así, no pienses gloriarte de ello y reprender a los que viven
de otra manera.
9. Si te
vienen a decir que alguno ha hablado mal de ti, no te embaraces en negar lo que
ha dicho; responde solamente que no sabe todos tus otros vicios, y que de
conocerlos hubiera hablado mucho más.
10. No es
necesario frecuentar los teatros; mas cuando hubiere ocasión de ir a ellos,
compórtate de modo que parezca que tienes intento de agradarte a ti solo, es
decir, que las cosas se hagan de la manera que se hacen y que sea vencedor el
que en efecto lo es, porque por este medio todo te sucederá bien y no te
alterarás de suceso alguno. Sobre todo te abstendrás de los clamores, de los
alaridos y de las emociones del pueblo. Cuando te hayas retirado no te
entretendrás en discurrir de lo que ha pasado. Esto no sirve de nada, ni
contribuye de ninguna manera a tu enmienda. Si haces de otra suerte, darás a
conocer que has admirado el espectáculo y que has participado de las mismas
pasiones que el pueblo.
11. No vayas
a las lecturas de los poetas y de los oradores, y cuando fueses convidado a
asistir a ellas, haz todo lo posible para excusarte. Mas cuando te hallares en
ellas, conserva siempre una honesta gravedad y procura que haya firmeza y
confianza en tus acciones, y sobre todo guárdate de ser importuno y de enojar a
nadie.
12. Cuando
tengas que hacer con alguna persona de calidad, considera (antes de
emprenderlo) lo que hicieran Sócrates y Zenón en ocasión semejante. Si obras
así, seguro estarás de no haber hecho cosa que no sea conforme a razón.
13. Cuando
vayas a hablar a algún grande, imagina que no le hallarás en casa, o que estará
encerrado, o que las puertas no estarán abiertas para ti, o que te
menospreciará. Si, no obstante todo esto, te importa ir, conviene que sufras
con paciencia todo lo que podrá suceder; que no murmures contigo mismo, ni al fin
digas: “Este hombre la echa de muy gran señor.” Tal discurso pertenece al
pueblo y a las personas que se preocupan con las cosas exteriores.
14. Cuando te
hallares en compañía, no te extiendas demasiado en contar tus hazañas ni los
peligros que has pasado. No has de creer que los demás tengan tanto placer de
escucharte como tú tienes gusto de discurrir.
15. No
pretendas jamás hacer reír, porque además de ser el verdadero medio de caer en
el modo de obrar del vulgo, te disminuye el respeto y la estimación que se te
debe.
16. Es muy
peligroso conversar de cosas deshonestas, por lo cual, cuando te hallares
presente, debes (si encuentras ocasión o lo juzgares a propósito) reprender al
que te hubiere comenzado el discurso, o por lo menos mostrar, por tu silencio y
por el color vergonzoso de tu rostro, que te desagrada la conversación.
XXXIV
Si concibes
la idea de algún placer, conviene conservar en este caso la misma moderación
que en todas las otras cosas. Mira desde luego que no dejes arrebatarte de esta
idea y examínala en ti mismo y toma tiempo de hacer reflexión sobre ella.
Considera después la diferencia que hay del tiempo en que gozarás de este
placer y de aquel que, después de haberle gozado, te arrepentirás y te
aborrecerás a ti mismo. Represéntate también la satisfacción yel gusto que
tendrás si te abstienes. Pero cuando puedas gozar legítimamente de esta clase
de placeres, no te dejes llevar enteramente ni te dejes vencer de las caricias,
las dulzuras, los halagos y los hechizos que ordinariamente acompañan al
deleite. Juzga que el gozo interior que recibirás en haber alcanzado la
victoria es lo más excelente de todo.
XXXV
Cuando hayas
resuelto hacer alguna cosa, no temas que te miren, aun cuando el pueblo lo tome
a mala parte; porque si lo haces es bueno, nada debes temer, que sería injusto
reprenderte. Si, al contrario, es malo, no solamente has de evitar ser visto,
sino que estás obligado a desistir de la empresa.
XXXVI
Como estas
afirmaciones: “Es de día, es de noche”, son muy verdaderas si las separas por
la partícula disyuntiva o son absolutamente falsas si las atas con la partícula
conjuntiva, así cuando estás en un festín y tomas lo mejor que se sirve a la
mesa, si miras a tu cuerpo en particular, haces una cosa muy excelente para tu
cuerpo, pero si consideras la comunidad y la igualdad que se debe guardar entre
los convidados, haces una acción muy deshonesta. Por lo cual, cuando alguno te
convida a comer, no solamente has de mirar a tu apetito y a lo que más te
agrada, sino que estás también obligado a conservar la honra y el respeto
debido a quien te convidó.
XXXVII
Si aceptas un
cargo para el cual no bastan tus fuerzas (además de que darás mala cuenta de
él), te estorba a emplearte en otro de que salieras perfectamente bien.
XXXVIII
Cuando te
paseas reparas en no caminar sobre los clavos que se encuentran en tu camino.
Así, en la vida has de tener cuidado que la parte superior de tu alma no sea
ofendida por algunas pasiones brutales o por algunas falsas opiniones; porque
saldrás más fácilmente con tus designios si observas estas máximas en todas las
cosas que emprendas.
XXXIX
Las
necesidades del cuerpo deben ser la medida de lo que cada uno debe tener, como
el pie es a la medida del zapato; guarda bien esta regla. Nunca te apartarás de
la medianía ni de los límites que ella te prescribe, y si la desdeñas caerás
infaliblemente en el precipicio porque cuando la curiosidad te ha hecho tener
zapatos al uso y que exceden la medida de tus pies, entonces los quieres
dorados, los quieres de púrpura, los quieres bordados y de una obra preciosa y
magnífica. Así es de las riquezas. Cuando traspasas la medianía no hay más
límite para ti y te vas insensiblemente a toda suerte de lujo y de exceso.
XL
Luego de que
las doncellas han llegado a la edad de catorce años, los hombres comienzan a
llamarlas sus damas, lo cual las hace conocer que la naturaleza las puso en el
mundo para ellos y que deben procurar agradarles. Ellas se tocan y adornan lo
mejor que les es posible y ponen todas sus esperanzas en sus ornamentos, por lo
cual conviene hacerlas comprender que no las hacen reverencia y cortesía sino
porque son modestas, prudentes y virtuosas.
XLI
El aplicarse
demasiado a las cosas corporales es señal de un alma baja, como el ser continuo
en los ejercicios de comer y beber mucho, el darse demasiado a las mujeres y
gastar más tiempo del que es menester en las demás funciones del cuerpo. Todo
esto se ha de hacer de prisa y como de paso. Al espíritu se han de dar todos
nuestros cuidados.
XLII
Cuando alguno
te hace mal o habla mal de ti, acuérdate que cree deberlo hacer así. ¿Piensas
tú que pueda dejar su opinión para seguir la tuya? Si no juzga sanamente de las
cosas y se engaña, ya sufre la pena y padece todo el daño. Cuando alguno juzga
que una cosa verdadera es falsa porque es oscura y envuelta en tinieblas, por
eso no ofende la verdad. El que así juzga se hace agravio a sí mismo. Si sigues
esta máxima cuando alguno te diga injurias, las sufrirás con paciencia porque
dirás para ti: “Este hombre piensa que lo que hace está bien hecho.”
XLIII
Cada cosa
tiene dos caras, de las cuales la una es soportable y la otra insoportable. Por
ejemplo: cuando tu hermano te injuria no lo mires como que te injuria, porque
lo que hace, a tomarlo así, es insoportable. Considéralo más bien como tu
hermano y que os habéis criado juntos. De esta manera lo tomarás de modo que
puedas hacer su acción soportable.
XLIV
Estas clases
de proposiciones no convienen unas a otras: “Soy más rico que tú, luego soy
mejor; soy más elocuente que tú luego mis riquezas valen más que las tuyas; soy
más elocuente que tú, luego mi modo de hablar es más excelente que el tuyo.” De
manera que como no has de anhelar por la elocuencia ni por las riquezas, esto
te debe dar muy poco cuidado.
XLV
Cuando ves
alguno en el baño que se lava pronto no digas que se lava mal, sino que se lava
muy pronto. De la misma manera, si alguno bebe mucho, no digas que bebe mal por
beber así, di simplemente que bebe mucho. En efecto, ¿de dónde aprendiste que
hizo mal para formar tal juicio? Si así te retienes en tus opiniones,
penetrarás en los pensamientos ajenos y los tuyos serán conformes de los otros.
XLVI
1. En
cualquiera parte que estés no digas nunca que eres filósofo ni te pongas a
hablar delante de ignorantes de las máximas que sigues; haz solamente lo que
ellas te ordenan. Cuando se está en un banquete no es ocasión de hablar de
comer con crianza, se debe comer con crianza sin decirlo. Sócrates no reparaba
en la ostentación. Jamás hubo persona que sufriese de otros con tanta
constancia. Cuando algunos (por menosprecio que hacían de él y de su doctrina)
le venían a rogar que los condujese a casa de los otros filósofos y emplease
para ello su recomendación, en lugar de disuadirlos los conducía con muchísima
cortesía. Muy poco se le daba que prefiriesen la doctrina de otros a la suya.
2. Si sucede,
pues que se habla de algún axioma de
filosofía delante de ignorantes, guarda silencio cuando te fuere posible,
porque hay gran peligro de que vomites lo que aún no has digerido. Si alguno te
dice que eres ignorante y no te alteras por ello, sabe que has hecho ya parte
de lo que tus preceptos te ordenan. Las ovejas no vuelven a dar el heno ni la
hierba que han comido, pero en recompensa engordan y dan leche y lana a sus
dueños. Así tú no te has de ocupar en conversar con los ignorantes de tus
preceptos, porque es señal de que no los has digerido. Debes instruirlos con
tus acciones.
XLVII
Si has
aprendido a satisfacer tu cuerpo con poco, no te vanaglories contigo mismo. Si
te has acostumbrado a beber agua solamente, no pienses andarte alabando de
ello. Y si alguna vez quieres ejercitarte en tu trabajo, ejercítate
privadamente y no desees ser visto de los demás, a ejemplo de los que (siendo
perseguidos por personas de autoridad) corren a abrazar las estatuas para
juntar el pueblo y en este estado gritan que les hacen violencia. Cualquiera
que así busca la gloria, la busca por fuera y pierde el fruto de la paciencia y
de la frugalidad, porque establece el fin de estas excelentes virtudes en la
opinión de la multitud. Cierto que toda afectación en esto es vana e inútil. Si
quieres acostumbrarte a la paciencia, toma agua fría en tu boca cuando tienes
gran sed y arrógala luego sin tragar una sola gota y no digas nada a nadie.
XLVIII
1. El no
esperar nunca en sí mismo ni bien ni mal, sino siempre de cosa extraña, es
señal de hombre vulgar e ignorante; como, al contrario, es señal filósofo
esperar en sí mismo todo su mal y bien.
2. Las
señales por donde se conoce que un hombre progresa en el estudio de la virtud
son: no reprender, no alabar, no menospreciar ni acusar a nadie, no alabarse
nunca de lo que él mismo es ni de lo que sabe, acusarse cuando se le impide o
prohíbe hacer alguna cosa, burlarse a sus solas de los que le alaban, no
enojarse cuando lo reprenden, sino hacer como los que están convalecientes, que
andan muy paso a paso por no mover los humores.
3. Tener
absoluto poder sobre sus deseos, no tener aversión sino de lo que repugna a la
naturaleza de las cosas que dependen de él; no desear nada con pasión; no
dársele nada de ser tenido por sabio o por ignorante. Es suma, desconfiar de sí
mismo como un enemigo doméstico cuyas asechanzas son dignas de ser temidas.
XLIX
Cuando alguno
se alaba de que comprende y puede explicar los libros de Crisipo, dirás para
ti: “Si Crisipo no hubiera escrito oscuramente, no tuviera nada de que
gloriarse.” Además, no es esto lo que busco; mi designio es estudiar la
naturaleza y seguirla. Cuando oigo, pues, que el interpretado es Crisipo,
léole, y si no le entiendo busco alguno que me lo pueda explicar. Hasta aquí no
he hecho aún nada de excelente ni loable, porque cuando haya hallado quien me
explique este filósofo me faltará aún lo principal, que es poner por obra sus
preceptos; porque si me quedo simplemente admirando la explicación de Crisipo,
de filósofo que era me vuelvo gramático. Toda la diferencia que hay es que, en
lugar de Homero, explico a Crisipo. De aquí procede que me avergüence más el no
poder hacer acciones conformes a sus preceptos que el no entenderle.
L
Observa lo
que te he dicho como leyes inviolables que no sabrías quebrantar sin ofender la
piedad, y no se te dé nada de todo lo que se pueda decir, pues que esto no está
en tu mano ni depende de ti.
LI
1. ¿Hasta
cuándo dilatas el aplicarte a estas cosas y a poner en práctica estas
excelentes instrucciones? ¿Cuándo cesarás de violar las leyes de la verdadera
razón? Ya has sabido los preceptos que debes abrazar, supongo que ya los
abrazaste, pero dame alguna señal. ¿Qué maestro aguardas aún para cuya venida
retardas tu enmienda? Advierte que ya no eres mozo y que estás en edad de
hombre maduro. Si desprecias estos preceptos y no haces de ellos reglas para
tus costumbres, te olvidarás de día en día y añadirás término a término y
resolución a resolución, y así se te pasará la vida sin que hayas hecho algún
progreso en el estudio de la virtud. En fin, vivirás y morirás como el hombre
más bajo del pueblo.
2. Ahora,
pues, abraza la vida de un hombre que se perfecciona y que aprovecha. Atiende
como a ley inviolable a todo lo que te parece lo mejor. Si se te presenta
alguna cosa penosa o agradable, gloriosa o infame, acuérdate que es tiempo de
combatir, que es menester entrar en la liza, que los juegos olímpicos han llegado
y que ya no es tiempo de volver atrás. Mira que importa tu establecimiento al
perder o ganar la victoria.
3. Por este
medio llegó Sócrates a la grande sabiduría que se ha visto, presentándose a
todos sucesos y no escuchando otro consejo que el de la razón. Para ti, que no
eres Sócrates, bastaráte vivir como hombre que quiere llegar a ser tan sabio
como él.
LII
1. La primera
y la más necesaria parte de la filosofía es la que trata del uso de los
preceptos; por ejemplo, “no mentir”. La segunda es la que trata de las
demostraciones; por ejemplo, “la razón por qué no se ha de mentir”. Y la
tercera es la que confirma y examina las otras dos partes; por ejemplo, dice
“por qué tal cosa es demostración y también enseña lo que es demostración,
consecuencia, disputa, verdad, falsedad y todo lo demás”.
2. La tercera
parte sirve para la segunda y la segunda parte para la primera. Pero la primera
es la más necesaria de todas y es aquella a que nos debemos aplicar más
particularmente. No obstante, obramos todo al contrario. Nos detenemos
solamente en la tercera parte y en ella empleamos todo nuestro estudio y
nuestro tiempo y nos olvidamos enteramente de la primera. Así no dejamos de
saber probar que no se debe mentir, y con todo eso no dejamos de mentir todos los
días y a todas horas.
LIII
1. Al
principio de todas tus empresas ten siempre en la boca estas palabras:
“Condúceme, oh Zeus, y tú, destino, a donde esté ordenado por vosotros que yo
vaya. Os seguiré gustoso. Y si no quisiere, por ser malo, aún así os seguiré de
igual modo.”
2. También
dirás algunas veces estas otras: “El que sabe ceder a la necesidad, no duda en
el secreto de la Divinidad.”
3. Mas
acuérdate, sobre todo, de aquellas hermosas palabras que dijo Sócrates, estando
en la cárcel, a su amigo Critón: “Amigo querido; si los dioses amenazan mi vida
con las funestas señales de una horrible tempestad y si han resuelto la
sentencia de mi muerte, mi espíritu se somete sin resistir. No pretendo, no
prolongar mis años. Mis dos fieros enemigos, Anito y Melito, son dueños de mi
vida y me la pueden quitar. Mi cuerpo, flaco y mortal, les obedece; pero mi
espíritu, ¡oh Critón!, está libre de su poder, y aunque su vano furor se vuelve
contra mí, no me podrán privar de mi fe ni de mi virtud.”
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