Jürgen Habermas, "Creer y Saber"

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CREER Y SABER

            Cuando la opresiva actualidad del día nos arrebata la elección del tema, es grande la tentación de batirse con el John Wayne de entre nosotros, los intelectuales, para ser el más rápido en desenfundar. Desde no hace mucho, los espíritus vuelven a dividirse ante un nuevo tema: la cuestión de cómo y hasta qué punto debemos someternos a la autoinstrumentalización genética o incluso perseguir el objetivo de la autooptimización. Ya los primeros pasos en este sentido han provocado una encendida lucha de creencias entre los portavoces de la ciencia organizada y los de las diversas iglesias. Los primeros temen el oscurantismo y el cerco de residuos sentimentales arcaicos y escépticos respecto a la ciencia; los segundos se oponen a la fe cientificista en el progreso, propia de un crudo naturalismo que socava la moral. Pero el 11 de septiembre la tensión entre la sociedad secular y la religión estalló de una forma completamente diferente.
Lo que movía a los asesinos suicidas que utilizaron aviones civiles como proyectiles vivientes contra la ciudadela capitalista de la civilización occidental eran las convicciones religiosas, como después hemos sabido por el testamento de Atta y por boca de Osama bin Laden. Para ellos, los símbolos de la modernidad globalizada encarnan al gran Satán. Pero también a nosotros, espectadores del suceso <<apocalíptico>> en las pantallas de televisión de todo el mundo, se nos agolpaban las imágenes bíblicas mientras mirábamos con reiteración masoquista el derribo de las torres gemelas de Manhattan. No es sino el Antiguo Testamento lo que resuena en el leguaje de la represalia con el que no sólo el presidente norteamericano reaccionó a lo inconcebible. Las sinagogas, iglesias y mezquitas se llenaron por todas partes, como si el ciego atentado hubiera hecho vibrar una cuerda religiosa en lo más íntimo de la sociedad secular. Esta concomitancia subterránea, sin embargo, no indujo a los participantes en el acto de duelo cívico-religioso de hace tres semanas en el estadio de Nueva York*a una simétrica manifestación de odio: en medio de tanto patriotismo no sonó ninguna llamada de extralimitación bélica del derecho punitivo de la nación.
            El fundamentalismo, a pesar de su lenguaje religioso, es un fenómeno exclusivamente moderno. De los autores islámicos del hecho, enseguida nos llamó la atención la asimultaneidad entre cultura y sociedad que se da en sus países natales como consecuencia de una modernización acelerada y completamente desarraigante. Lo que nosotros, en circunstancias más felices pudimos vivir como un proceso de destrucción creadora, allí no ofrece ninguna expectativa perceptible de compensar el dolor causado por la decadencia de las formas de vida tradicionales. En este sentido, la mejora de las condiciones materiales de vida es solo una de las expectativas a considerar. Lo decisivo es el cambio espiritual que se expresa políticamente en la separación entre religión y Estado y que allí ha quedado bloqueado por los sentimientos de humillación. También en Europa, donde desde hace siglos la historia ha admitido dicho cambio con el fin de encontrar una actitud sensible respecto a la cabeza de Jano de la modernidad, la <<secularización>> sigue generando sentimientos ambivalentes (como se demuestra en el debate sobre la técnica genética).

EL FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA
            Ortodoxias inflexibles las hay tanto en Occidente como en el Próximo y el Lejano Oriente, tanto los cristianos y los judíos, como entre los musulmanes. Quien quiera evitar una guerra de las culturas tendrá que recordar la dialéctica inconclusa del propio proceso de secularización occidental. La <<guerra contra el terrorismo>> no es ninguna guerra. En el terrorismo también se expresa la colisión funesta y callada de unos mundos que deberían desarrollar un lenguaje común frente a la muda violencia de los terroristas y los cohetes. Viendo que la globalización se impone sin límites en los mercados, muchos de nosotros esperamos el retorno de lo político, no en la forma hobbesiana original de un Estado de seguridad con policía, servicio secreto y ejército, sino como un poder civilizador de alcance mundial. De momento, no nos queda mucho más que la pálida esperanza en la astucia de la razón (y un poco de introspección), pues cada grieta abierta por la incapacidad de hablar también desune la propia casa. Sólo si tenemos presente lo que significa la secularización en nuestras sociedades postseculares, podremos calibrar con buen ojo los riesgos que una secularización descarriada comporta en otros lugares. Con esta intención retomo el viejo tema <<creer y saber>>. Así pues, no esperen un <<sermón dominical>> polarizador, que haga saltar a unos de la silla y a los otros permanecer sentados.


Secularización en la sociedad postsecular

            Al principio, la palabra <<secularización>> tenía un significado jurídico y se refreía a la transmisión obligatoria de los bienes eclesiásticos al poder secular del Estado. Por extensión, este significado designa el surgimiento de la modernidad cultural y social en su conjunto. Desde entonces se asocian a <<secularización>> valoraciones contrapuestas dependiendo de si lo que se sitúa en primer plano es la exitosa domesticación de la autoridad eclesiástica por parte del poder laico o bien el acto de apropiación ilegal. Según la primera lectura, las formas religiosas de pensar y vivir son reemplazadas por equivalentes racionales, superiores en cualquier caso; según la otra lectura, las formas de vivir y pensar modernas están desacreditadas porque son bienes sustraídos ilegítimamente. La interpretación que sugiere el  modelo de la suplantación es la del optimismo en el avance de una modernidad desencantada (entzaubert), la que sugiere el modelo de la expropiación es la de la decadencia teórica de una modernidad sin hogar. Ambas lecturas incurren en el mismo error. Contemplan la secularización como una especie de juego eliminatorio entre dos contrincantes: por un lado las fuerzas productivas de la ciencia y la técnica desencadenadas por el capitalismo y, por el otro, los poderes conservadores de la religión y la Iglesia. Uno sólo puede ganar a costa del otro, y además, siguiendo las reglas del juego del liberalismo, lo que favorece a las fuerzas motrices de la modernidad.
            Esta imagen no se adecua a una sociedad postsecular tolerante con las comunidades religiosas en un entorno en permanente secularización. El papel civilizador de un sentido común ilustrado democráticamente, que en medio de la algarabía de la guerra entre Estado e Iglesia se allana su propio camino como tercer partido entre ciencia y religión, se extingue poco a poco. Es indudable que, desde la óptica del Estado liberal, sólo merecen el predicado de «racionales» aquellas comunidades religiosas que  renuncian por propia convicción a imponer con violencia sus verdades de fe y a forzar militantemente la consciencia (Gewissen) de sus propios miembros (tanto más manipularlos para que comentan atentados suicidas).[1]  Dicha renuncia se debe a una triple reflexión de los creyentes sobre su lugar en una sociedad pluralista. Primera, la consciencia religiosa tiene ante todo que asimilar el encuentro cognitivamente disonante con  otras confesiones y religiones. Segunda, tiene que avenirse a la autoridad de las ciencias, que son las que poseen el monopolio social del saber terrenal. Finalmente, tiene que comprometerse con las premisas de los Estados constitucionales, basados en una moral profana. Sin el tirón de esta triple reflexión, los monoteísmos despliegan su potencial destructivo en aquellas sociedades cuya modernización se ha llevado a cabo sin ningún miramiento. Ahora bien, el término «tirón de reflexión» sugiere la equivocada idea de un proceso efectuado y concluido unilateralmente. De hecho, esta tarea reflexiva tiene continuidad en cada nuevo conflicto que surge en los emporios de la vida pública democrática.

CREER Y SABER
                 Así que una cuestión existencialmente relevante aparece en la agenda política, los ciudadanos tanto los creyentes, hacen entrechocar sus convicciones (impregnadas en sus respectivas visiones del mundo) y, desgañitándose en las disonancias estridentes de los debates públicos, experimentan el engorroso factum del pluralismo de cosmovisiones. Si adquieren conciencia de su propia falibilidad y aprenden a habérselas con este hecho sin violencia, es decir, sin romper el vínculo social de la colectividad, se dan cuenta del significado que tienen en una sociedad postsecular con los fundamentos de decisión seculares establecidos firmemente en la Constitución. El estado cosmovisivamente neutral no prejuzga decisiones favorables a ninguna de las partes en el debate entre las pretensiones del saber y las pretensiones del creer. La razón plural de la vida pública del Estado sólo sigue la dinámica de la secularización en la medida en que insta a distanciarse, equitativamente en el resultado, de las sólidas tradiciones y de los contenidos cosmovisivos, aunque siempre dispuesta a aprender, sin renunciar, abierta osmóticamente a ambas partes.


La ilustración científica del sentido común

            Naturalmente, el sentido común, que es víctima de muchas ilusiones sobre el mundo, tiene que dejarse ilustrar sin reservas por las ciencias. Pero las teorías científicas que se adentran en el mundo de la vida dejan esencialmente intacto el marco de nuestro saber cotidiano, ensamblando con la autocomprensión de personas aptas para el lenguaje y la acción. Cuando aprendemos algo nuevo sobre el mundo y sobre nosotros como seres en el mundo, lo que se modifica es el contenido de nuestro auto comprensión. Copérnico de Darwin revolucionaron la imagen geocéntrica y antropocéntrica del mundo. Sin embargo, la destrucción de la ilusión astronómica sobre la rotación de los astros dejó menos huella en el mundo de la vida que la desilusión sobre el lugar del hombre en la historia natural. Parece que los conocimientos científicos, cuanto más tocan a nuestro cuerpo (Leib), más inquietan a nuestra autocomprensión. La investigación del cerebro nos informa de la fisiología de nuestra consciencia. Pero ¿se modifica por ello esa consciencia intuitiva de la autoría y la responsabilidad que acompaña todas nuestras acciones?

EL FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA
            Si dirigimos con Max Weber la mirada a los inicios del <<desencantamiento del mundo>> vemos qué es lo que está en juego. La naturaleza se despersonaliza a medida que la hacemos accesible a la observación objetivante  Y a la explicación causal. La naturaleza investigada científicamente queda fuera del sistema social de referencia  de personas vivientes, personas que hablan y que tratan las unas con las otras y se atribuyen mutuamente intenciones y motivos. ¿Qué será de dichas personas si poco a poco se dejan subsumir ellas mismas en las descripciones de las ciencias naturales? ¿Se dejará al final el sentido común no ya intruido sino consumir enteramente  por el saber contraintuitivo de las ciencias? El filósofo WinfridSellars planteó esta pregunta en 1969 (en una célebre  conferencia sobre <<Philosophy and theScientificImage of Man>>) y respondió con el pronóstico de una sociedad en la que los juegos lingüísticos pasados de moda de nuestra cotidianidad se habrían eliminado en beneficio de una descripción objetivamente  de sucesos de la consciencia.
            El punto de mira de esta naturalización del espíritu es crear una imagen científica del hombre que se expresa con los conceptos extensionales de la física, la neurofisiología o la teoría de la evolución y que además desocialice completamente nuestra autocomprensión. Claro que eso sólo ocurrirá si tal autodescripción absorbe totalmente la intencionalidad de la consciencia humana y la normatividad de nuestra acción, cosa que exigiría  unas teorías que explicaran, por ejemplo, por qué las personas son capaces de seguir o infringir reglas (gramaticales, conceptuales o morales).[2]Los discípulos de Sellars malinterpretaron a su maestro, pues entendieron su aporético experimento mental como un programa de investigación.[3]El propósito de una modernización científico-natural de nuestra psicología cotidiana[4]ha llevado incluso a ensayar una semántica que explique biológicamente los contenidos mentales.[5]Pero pareceque también los planteamientos más avanzados en este sentido fracasan, ya que el concepto de utilidad, que incluimos en el juego lingüístico darwiniano de mutación-adaptación y selección-supervivencia es demasiado pobre para expresar la diferencia entre ser y deber (Sollen) a la que nos remitimos cuando vulneramos reglas (cuando utilizamos incorrectamente un predicado o contravenimos un precepto moral).[6]

CREER Y SABER
            Cuando alguien describe a una persona que ha hecho algo que no quería que tampoco hubiera debido hacer, no la describe precisamente como un objeto de las ciencias naturales, pues en la descripción de personas intervienen tácitamente aspectos de la autocomprensiónprecientífica de sujetos aptos para el lenguaje y la acción,. Cuando describimos un suceso como la acción de una persona, sabemos, por ejemplo, que describimos algo que puede no sólo explicarse como un suceso natural sino también justificarse si fuera necesario. La imagen que subyace de fondo es la de personas capaces de rendirse cuentas mutuamente, envueltas de origen en interacciones reguladas normativamente y que contactan entre ellas en un universo de razones públicas.
            Esta perspectiva, aplicada a la cotidianidad, explica la diferencia entre el juego lingüístico de la justificación y el de la mera descripción. Dualismo que también marca una frontera a las estrategias demostrativas no reduccionistas,[7]ya que éstas también prefieren las descripciones hechas desde esa perspectiva del observador en la que no se deja integrar ni subsumir sin violencia la perspectiva del participante propia de nuestra consciencia cotidiana (perspectiva de la que también vive la praxis justificadora de la investigación). En el trato cotidiano dirigimos la mirada a destinatarios a los que abordamos con un <<tú>>. Sólo con esta actitud frente a segundas personas entendemos el <<sí>> y el <<no>> de los otros y las actitudes criticables que nos achacamos mutuamente y que, al mismo tiempo, esperamos los unos de los otros. La consciencia de esta autoría obligada a rendir cuentas es el núcleo de una autocomprensión que sólo se abre a la perspectiva de un participante pero que se sustrae a la observación científica revisionaria. La fe cientificista en una ciencia que, mediante la autodescripciónobjetivante, no sólo completará algún día la automcompresión personal sino que la relevará no es ciencia, es mala filosofía. Tampoco habrá ninguna ciencia que prive al sentido común ilustrado científicamente de, por ejemplo, juzgar cómo debemos tratar con la vida humana prepersonal cuando las descripciones biomoleculares posibiliten la intervención de la técnica genética.


Traducción cooperativa de contenidos religiosos

   Por lo tanto, el sentido común se entrecruza con la consciencia de personas que tienen iniciativas y cometen y corrigen fallos. Afirma obstinadamente frente a las ciencias en una estructura propia de perspectivas. Pero por otra parte, es en esta misma consciencia de autonomía que las ciencias naturales no pueden aprehender en lo que se basa también la distancia respecto a la tradición religiosa, de cuyos contenidos normativos, no obstante, nos alimentamos. Con la exigencia de fundamentación racional, parece que la ilustración científica aún tiene de su parte al sentido común, que se ha hecho un lugar en los Estados constitucionales construidos racionalmente. Es indudable que el derecho racional igualitario también tiene raíces religiosas (raíces en aquella revolución de la mentalidad coincidente con el auge de las grandes religiones universales), pero si el derecho racional legitima el derecho y la política es porque las fuentes de la tradición religiosa de las que bebe hace mucho que se han profanizado. Frente a la religión, el sentido común ilustrado democráticamente insiste en razones que puedan aceptar no solo los miembros de una comunidad de fe. Por este motivo el Estado liberal ha exigido suscita el recelo de que la secularización occidental pueda convertirse en una calle de dirección única que deje la religión al margen.

EL FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA
De hecho, el reverso de la libertad religiosa es la pacificación del pluralismo cosmovisivo, pluralismo cuyas consecuencias eran desiguales. Hasta ahora,  a los únicos a los que el Estado liberal ha exigido, por así decir, dividir su identidad en dos partes, una privada y otra pública, ha sido a sus ciudadanos creyentes. Son ellos los que tienen que traducir sus convicciones religiosas a un lenguaje secular si aspiran a que sus argumentos encuentren aprobación mayoritaria. De manera que, cuando los católicos y los protestantes reclaman hoy que el ovulo fecundado fuera del claustro tenga del estatus del portador de derechos fundamentales, lo que intentan (quizá precipitadamente) es traducir al lenguaje secular de la Constitución la semblanza divina de la criatura humana. Sin embargo, la búsqueda de razones que aspiren a la aceptación general comportaría expulsar poco limpiamente de la esfera pública a la religión, privando a la sociedad secular de unos recursos fundadores de sentido importantes, a no ser que la parte secular también mantenga una sensibilidad para la fuerza articuladora de los lenguajes religiosos. De todos modos, las fronteras entre razones seculares y razones religiosas fluctuantes por lo que su controvertida fijación debería entenderse como una tarea cooperativa, que exigiera a cada una de las partes aceptar también la perspectiva de la otra.
La política liberal no puede externalizar el debate continuo sobre la autocomprensión secularizada de la sociedad, no puede exiliarlo a las cabezas de los creyentes. El sentido común ilustrado democráticamente no es ningún singular sino que describe la constitución mental  de una esfera pública polifónica. En tales cuestiones, las mayorías seculares no pueden sacar conclusiones antes de haber oído las objeciones de aquellos oponentes que se sientan heridos en sus convicciones de fe; tienen que contemplar dichas objeciones como una especie de veto suspensivo para comprobar qué es lo que pueden aprender de ellas. En consideración al origen religioso de sus fundamentos morales, el Estado liberal debería contar con la posibilidad de que, frente a retos completamente novedosos, la <<cultura del entendimiento humano común>> (IIegel) no alcance el nivel de articulación del propio génesis. El lenguaje del mercado penetra hoy en todos los poros y comprime todas las relaciones interpersonales en el esquema de la orientación autorreferente a las preferencias propias de cada uno. Sin embargo, el vínculo social, fruto del reconocimiento mutuo, no aparece en los conceptos de contrato, elección racional y máximo beneficio.[8]

CREER Y SABER
Por eso, Kant no quería que el deber (sollen) categórico desapareciera en la resaca del autointerés ilustrado. Convirtió el libre albedrío con autonomía, dando con ello el primer gran ejemplo (después de la metafísica) de una deconstrucción secularizadora, y a la vez salvadora, de las verdades de fe. En Kant, la autoridad de los mandamientos divinos encuentra eco en la validez incondicional de los deberes morales, un eco que no puede desoírde. Es verdad que con su concepto de autonomía destruye la imagen tradicional del parentesco con Dios,[9]pero con su asimilación crítica del haber religioso se anticipa a las consecuencias banales de una deflación cuyo resultado fuera el vacío. Su posterior intento de traducir el mal radical del lenguaje bíblico a la religión racional quizá nos convenza menos. Hoy, como el trato desinhibido con la herencia bíblica muestra nuevamente, todavía no disponemos de un concepto adecuado para la diferencia semántica entre lo que es normalmente equivocado y lo que es profundamente malo. El diablo no existe, pero el arcángel caído continúa sembrando la confusión (con el falso bien del acto monstruoso pero también con el desbocado afán de represalia que sigue a éste).
El efecto de los lenguajes seculares, que simplemente eliminan lo que una vez quiso decirse, es la irritación. Cuando el pecado se transformó en culpa y la falta a los mandamientos divinos se transformó en contravención de leyes humanas, algo se perdió. Pues al deseo de perdón sigue unido el deseo sin sentimentalismos de que el sufrimiento infligido a los otros no se hubiera producido. Con razón nos inquieta la irreversibilidad del sufrimiento pasado (la injusticia contra los inocentes maltratados, envilecidos y asesinados, que sobre pasa toda posible capacidad humana de reparación). La esperanza perdida en la resurrección deja un vacío sensible. El escepticismo justificado de Horkheimer ante la exaltada esperanza de Benjamin deposita en la fuerza reparadora de la memoria humana (<<Los golpeados han sido realmente golpeados>>) no desautoriza el impulso impotente de cambiar en algo lo incambiable. La correspondencia entre Benjamin y Horkheimer data de la primavera de 1937. Después del Holocausto, ambos, el impulso y la impotencia del mismo, se han mantenido en la praxis, tan necesaria como desesperante, de <<repasar el pasado>> (Adorno). No es sino esto lo que se manifiesta en la creciente queja por la inadecuada de dicha praxis.  Al parecer, los incrédulos hijos e hijas de la modernidad creen en tales momentos que se deben e incluso necesitan los unos a los otros más de lo que la traducción de la tradición religiosa pone a su alcance (como si los potenciales semánticos de esta última aún no estuvieran agotados).


EL FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA
El conflicto hereditario entre filosofía y religión

La historia de la filosofía alemana desde Kant puede entenderse como un proceso judicial en el que se juzgan relaciones hereditarias no aclaradas. La helenización del cristianismo había conducido a una simbiosis entre religión y metafísica. Kant vuelve a deshacerla al trazar una frontera tajante entre la fe moral de la religión racional y una fe positiva en la Revelación  que había contribuido ciertamente a la mejora del alma pero que <<con sus colgantes, los estatutos y observancias […] finalmente [se había convertido en] una cadena>>.[10] Para Hegel, eso es el puro  <<dogmatismo de la Ilustración>>. Hegel se burla de la victoria pírrica de una razón que, al igual que los bárbaros (vencedores, pero inferiores en espíritu a la nación sometida), sólo mantiene <<la superioridad en virtud de un poder externo>>.[11]Una razón acaparadora ocupa el lugar de la razón que traza fronteras. Hegel convierte la muerte en la cruz del Hijo de Dios en el centro de un pensamiento que quiere incorporar el aspecto positivo del cristianismo. La humanización de Dios simboliza la vida del espíritu filosófico. También el absoluto tiene que exteriorizarse en otro que sí mismo, ya que sólo tiene experiencia de sí como poder absoluto cuando vuelve a abrirse camino desde la dolorosa negatividad de la autolimitación. De este modo, la forma del concepto filosófico supera (hebfauf) los contenidos religiosos. Pero Hegel sacrifica la dimensión redentora del futuro a un proceso universal que gira en sí.
Los discípulos de Hegel rompen con el fatalismo de esta desconsolada previsión de un eterno retorno de lo mismo. No quieren seguir superando la religión  en el pensamiento sino realizar sus contenidos profanizados por medio del esfuerzo solidario.Este phatos de una realización desublimizadora del reino de
Dios sobre la tierra recorre la critica religiosa desde Feuerbach y Marx hasta Bloch, Benjamin y Adorno: << Nada en el contenido de la teoría quedara sin modificaciones; todos deberán soportar la prueba de entrar en lo secular, en lo profano>>.[12]Mientrastanto, el transcurso de la historia había mostrado que la razón se exigía demasiado a sí misma con un proyecto semejante.Puesto que la razón, sometida a tal esfuerzo, desesperada de sí misma, Adorno aseguró si bien sólo con una intención metodológica, la ayuda del punto de vista mesiánico: <<El conocimiento no tiene otra luz iluminadora del mundo que la que arroja la idea de la redención>>.[13] A este Adorno le conviene la frase que Horkheimer acuñó refiriéndose a la teoría crítica en su conjunto: <<Sabe que Dios no existe pero cree en Él>>.[14] Partiendo de otras premisas. Jacques Derrida representa actualmente una postura similar (digno receptor, también en este aspecto, del premio Adorno). Del mesianismo quiere retener todavía <<lo rigurosamente mesiánico, despojado de todo>>.[15]

CREER Y SABER
            La frontera entre filosofía y religión es territorio minado, desde luego. Es fácil que una razón que se desautoriza a sí misma caiga en la tentación de entregarse sin más a la autoridad y el gesto de lo sagrado hueco y anónimo. En Heidegger, la devoción (Andacht) muda en rememoración (Andenken). Pero por el hecho de que el redentor día del Juicio Final se volatilice pasando a ser un acontecimiento indeterminado de la historia del ser, no ganamos ninguna nueva comprensión. Si el posthumanismo tiene que realizarse retornando a los arcaicos inicios antes de Cristo y antes de Sócrates, ha sonado la hora del Kitsch religioso, la hora en que los grandes almacenes de arte abran sus puertas a los altares de todo el  mundo y a los predicadores y chamanes venidos de todos los puntos cardinales para la inauguración. Por el contrario, la razón, profana pero no derrotista, tiene demasiado respeto por la brasa que sigue ardiendo en el problema de la teodicea como para aproximarse demasiado a la religión. Sabe que el sacrilegio de lo sagrado empieza con aquellas religiones universales que desencantan la magia, vencen el mito, subliman el sacrificio y revelan el misterio. Así puede mantener la distancia ante la religión sin cerrarse a la perspectiva de ésta.


El ejemplo de la técnica genética

Esta  postura ambivalente también puede señalarle a una sociedad burguesa escindida por la lucha entre Iglesia y Estado la dirección correcta para aclararse a sí misma. La sociedad postsecular tiene la misma misión respecto a la religión que ésta tuvo respecto al mito. Ya no con la híbrida intención de tomar posesión hostil de ella, por supuesto, sino con el interés de oponer a la subrepticia entropía de la escasez de recursos un sentido en la casa propia. El sentido común ilustrado democráticamente también tiene que temer la indiferenciación mediática y la parloteante trivialización de todas las ponderaciones. Los sentimientos morales, que hasta hoy sólo tienen una expresión suficientemente diferenciada en el lenguaje religioso, pueden encontrar una resonancia general tan pronto aparezca una formulación salvadora ara lo ya casi olvidado pero implícitamente añorado Una secularización no aniquiladora se realiza en el modo de la traducción. Por ejemplo, en la controversia acerca de qué trato dar a los embriones humanos, algunas voces evocan al Génesis 1,27: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó». No es necesario creer que Dios, que es amor, creó en Adán y Eva a seres libres iguales a él para entender lo que se quiere decir con «su misma imagen». No puede haber amor sin conocimiento del otro ni libertad sin conocimiento mutuo. Por su parte, este «frente a» con figura humana tiene que ser libre para poder corresponder a la donación de Dios. El otro también aparece como una criatura de Dios a pesar de ser su misma imagen. Vista su procedencia, no puede ser igual a Dios. Este haber sido creado que se caracteriza a la misma imagen, expresa una intuición que en nuestro contexto también puede decir algo al que no tiene oído religioso. Hegel era sensible a la diferencia entre «creación» (Schöpfung) divina y mero «emanar»

EL FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA
(Hervorgehen) deDios.[16]Dios es un ‹‹Dios de hombres libres›› mientras no allanemos la diferencia absoluta entre creador y criatura. Sólo en esta medida el acto divino de dar forma no significa una prescripción que obstaculice la autodeterminación humana.
El creador, puesto que es Dios creador y Dios redentor en uno, no opera como un técnico según las leyes naturales o como un informático según las reglas de un código. La voz de Dios que nos llama a la vida comunica dentro de un universo ya moralmente sensible. Por eso, Dios ‹‹determina›› al hombre en el sentido de que lo dota para ser libre y, a la vez, le obliga a serlo. Pues bien, no hay que creer las premisas teológicas para entender cuál sería la consecuencia de que se estableciera una dependencia completamente distinta, causal, si la diferencia implícita en el concepto de creación desapareciera y un ser humano interviniera, en una especie de sustitución Dios, según sus preferencias en la combinación casual de las secuencias cromosómicas paternas sin necesitar para ello establecer al menos un consenso contrafáetico con los otros implicados. Esta lectura sugiere una pregunta de la cual ya me he ocupado en otro lugar. El primer ser humano que fije asu gusto el ser así de otro ser humano ¿no tendrá también que destruir aquellas libertades que, siendo las mismas para todos los iguales, aseguran la diversidad de éstos?




*La ceremonia de duelo tuvo lugar el 23 de septiembre de 2001. (N. de la t.)
[1]J. Rawls, PolitischerLiberalismus, Francfort del Meno, 1998, págs. 132-141 (trad. cast.: El liberalismo político, Barcelona, Crítica, 1996): R. Forst. «Toleranz, Gerechtigkeit, Vernunft», en R. Forst (comp.), Toleranz, Francort del Meno, 2000, págs.144-161.
[2] W. Sellars, Science, Perception and Reality, Cal., 1963, 1991, pág. 38.
[3]P.M. Churchland, Scientific Realism and the Plasticity of Mind, Cambridge, Cambridge U. P., 1979.
[4]J.D. Greenwood (comp.), <<Introduction>>, en The Future of Folk Psychology, Cambridge, Cambridge U. P., 1991, págs. 1-21.
[5] W. Detel, <<Teleosemantik. EienneuerBlick auf den Geist?>>, en Deutsche ZeitschriftfürPhilosophie, n.° 49, 2001, págs. 465-491. La teleosemántica mostraría, con la ayuda de supuestos neodarwinistas y análisis conceptuales, cómo podría haberse desarrollado la consciencia normativa de los seres vivos que utilizan símbolos y representan estados de cosas. Así, la constitución intencional del espíritu humano surgiría de la ventaja selectiva de determinadas conductas (como, por ejemplo, la danza de las abejas) que los congéneres interpretarían como reproducciones. Las conductas que se desviaran del cliché de estas copias habituales se interpretarían como representaciones defectuosas y así se demostraría el origen natural de la normatividad.
[6]W. Detel, <<HabenFrösche und SumplfmenschenGedanken? EinigeProblemederTeleosemantik>>, en Deutsche ZeitschriftfürPhilosophie,  n.° 49, 2001. Págs. 601-626.
[7]Al renunciar a describir los procesos de los estadios evolutivos superiores con los mismos conceptos aplicados a estadios evolutivos inferiores, estas estrategias de investigación rinden cuenta de la complejidad de las propiedades (de la vida orgánica o de la mental) que siempre aparecen en los estadios evolutivos superiores.
[8] A. Honneth, KampfumAnerkennung, Francfort del Meno, 1992 (trad. cast.: La lucha por el reconocimiento, Barcelona, Crítica, 1997).
[9]El prefacio a la primera edición de La religión dentro de los límites de la mera razón empieza con la frase: <<La moral, en cuanto que está fundada sobre el concepto del hombre como un ser libre que, por el hecho mismo de ser libre, se liga él mismo por su razón a leyes incondicionadas, no necesita ni de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio ni de otro motivo impulsor que la ley misma para observarlo>> (I. Kant, Werke [Weischedel], vol.IV, pág 649) (trad. Cast.: La religión dentro de los límites de la mera rázon, Madrid, Alianza, 1995).
[10]  I. Kant. La religión dentro de los límites de la mera razón, pág. 151
[11] G. W. F. Hegel, <<Glauben und Wissen>> , en JeanerSchriften 1801-1807 (Francfort del Meno, 1970. Werke vol.2), pág. 287.
[12] T.W. Adorno. <<VernunftundOffenbarung>>, en Stichworte, Francfort del Meno, 1969, pág. 20 (trad. cast.: <<Razón y revelación>>,en Consignas, Buenos Aires. Amorrortu, 1969).
[13] T. W. Adorno, MinimaMoralia, Francfort de Meno, 2001, (reedición de 1951), pág. 480 (trad. cast.: Minimamoralia. Madrid, Taurus, 1998)
[14] M.Horkheimer, Gesammelte Schriften, vol, 14, pág. 508.
[15] J. Derrida. <<GlaubeundWissen>> en J. Derrida y G. Vattimo (comps.), Die Reli-
Gión. Francfort del Meno, 2001,pág. 33; véase tambien J. Derrida,<<Den Todgeben>> en A. Haverkamp (comp.), GewaliundGerechtigkeit, Francfort del Meno, 1994, págs.. 331-
445 (trad. cast.: Dar la muerte, Barcelona, Paidós, 2000).
[16] Aunque la idea de la <<emergencia>> se apone a su propio concepto de la idea absoluta, que <<desprende de sí>> (aussichentlässt) a la naturaleza. Véase Hegel, Vorlesungenüber die Philosophie der Religion, II, págs. 55 y sigs. Y 92 y sigs. (trad. cast.: Lecciones sobre folisofía de la religión, 2, Madrid, Alianza, 1984).

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