DESCARGAR; CLICK EN EL BOTON VERDE
Antonio
Gómez Robledo - Mensaje
A los miembros de la XXXIV
generación de bachilleres de la preparatoria número 5, Universidad de
Guadalajara:
A punto, o poco menos, de
rendir irrevocablemente la jornada de mi vida, de repente me veo envuelto, como
por un hado venturoso, de un hábito de juventud, de un conjunto de almas que se
entreabren al soplo de la vida, y de las cuales me sentiré rodeado al dar yo
mismo mi último aliento. Tamaña significación reviste para mí (no es ninguna
hipérbolas retórica, podéis creerlo) el generoso acuerdo que habéis tomado de
adoptar mi nombre como emblema de vuestra promoción, y que me llena de rubor y
gratitud.
Impedido muy a mí pesar, por
graves circunstancias insuperables, de estar presente en el acto académico de
colación del grado de maestro honorario (con mi triste figura por correlato)
correspondo como puedo enviándoos el mensaje que me habéis pedido, y cuyo
contenido, a lo que entiendo, no puede ser otro que el de comunicaros
fraternalmente cuál es la imagen del mundo y del hombre que me ha guiado en mi
larga peregrinación sobre la tierra, mi Weltanschauung en otras
palabras, para servirme del término que en las escuelas ha acabado por causar
ejecutoria.
En el centro de este
mundo -y por aquí he de empezar- estuvo
siempre Guadalajara, a cuya tierra y gente llevé siempre conmigo en mi reino
interior. Nada como la provincia de entonces para crear en cada uno de sus
hijos, el reino interior, cuando en el exterior sólo había un cine en toda la
ciudad (el viejo cine Tabaré; y no de función diaria) y uno de otro automóvil,
entre ellos un Packard que descendía majestuosamente por la calle madero, como
el alborozo de la chiquillada de entonces. Fuera de la novia, en suma, no había
sino el libro. De todo leíamos, bueno y malo, pero en grande.
Dos carreras hice, derecho y
filosofía, la primera en la Universidad de Guadalajara, mi primera alma mater,
y la segunda en México, y no simultáneamente, como lo hacen tantos, para no
saber al fin nada de nada, sino por sus pasos contados, con años de intervalo,
para que todo asentara debidamente, entre una y otra carrera.
Primero el derecho, cuyos
marcos categóricos, firmes y claros, me fueron de gran socorro al pasar a la
filosofía, al impedirme perderme en nebulosidades y metafisiqueos. Por estudiar
la filosofía, toda vez que en Guadalajara no existía por entonces la facultad
homónima, me vine a México, y también, para ser del todo sincero, por entrar en
la carrera diplomática, en el gran teatro del mundo, como si dijéramos, la otra
gran pasión de mi vida. Con mi tierra y me gente entre pecho y espalda, como
acabo de decir, coincidió el copioso trasiego de tierras y gente que fueron mis
misiones diplomáticas: Río de Janeiro, Roma, Cartago (Túnez), Atenas, Ginebra y
Berna.
El vértice ideal de mi
pensamiento, sin embrago (de un pensamiento, señoreando la acción) el polo
inmóvil de mi existencia atormentada y fluctuante, fue, huelga decirlo, la
filosofía. Ahora bien, mi filosofía (es lo último que he de comunicaros,
bachilleres y bachillerandos) es la filosofía que algún tiempo se denominó
perenne, y sobre la cual, para escatimarle este título, se han pronunciado
numerosas oraciones fúnebres, todas las cuales, sin embrago, han resultado
prematuras. Es la filosofía platónica, y en seguida la filosofía aristotélica
(ya que, a mi modo de ver, no puede hablarse de una filosofía platónico-aristotélica)
remozadas una y otra, en consonancia con la dogmática cristiana, por obra de Agustín
de Hipona y Tomás de Aquino.
Platón a la cabeza, Platón
sin la menor duda, por cuanto que su método (actuante hasta Hegel y Marx) es el
método dialéctico, o sea el procedimiento que se eleva, a partir de este mundo
visible, a la idea del Ser y del bien absolutos. En la República es la
Idea del Bien, ¨de quien procede toda esencia y toda existencia¨, es decir Dios
mismo, al que Platón, sin embargo, se abstiene de personalizar, porque no se
creyera que al imponerle cualquier nombre pudiera confundirse con cualquiera de
los dioses olímpicos.
En el Timeo, sin
embargo, Platón es tal vez más claro (aunque no estoy de ello del todo seguro)
al introducir la figura del Demiurgo, o sea ¨lo divino que nos tiene
suspendidos de él como de su raíz y su cabeza¨ (Timeo, 89-90)
La metafísica, como la
filosofía en general, sufrió un eclipse transitorio en la época del positivismo
comtiano, pero no bien despunta el siglo que esta por fenecer cuando cede su
lugar al espiritualismo de Bergson y Boutroux, de quienes es eco en México el Ateneo
de la juventud, con la figura señera de Antonio Caso, y para terminar con esto,
me bastará con remitirme al hecho indiscutible del predominio actual de la metafísica
en la obra de los dos mayores filósofos de nuestra época, Martín Heidegger y
Jean-Paul Sartre. Uno y otro enfocan en sus obras el problema que dio origen a
la filosofía, el problema del ser: Ser y tiempo y El ser y la nada.
En la filosofía del ser fui
educado yo, de un ser no inerte, sino penetrado de valor, según esta en la
filosofía de los valores oriunda de la escuela de Baden, Windelband y Rickert,
y luego Max Scheler. De ellos aprendí la escala de valores, de los ínfimos a
los supremos valores: valores de la utilidad, valores de lo agradable, valores
vitales, valores estéticos, valores éticos y en el ápice en fin, valores
religiosos.
Esta ha sido, como he dicho,
la filosofía que ha orientado mi vida, ya que la filosofía, con ser un saber
formalmente desinteresado, es el propio tiempo, como decía Cicerón, maestra y
guía de la vida: O vere vitae
philosophia dux!
He ahí, en suma, no mi
mensaje, porque no tengo ninguno original que daros, pero sí mi consejo: Que de
algún modo, por encima de la disciplina científica que cultivéis
profesionalmente, os hagáis también una filosofía cultivad vuestra
especialidad, pero sin ser jamás esclavos del especialismo. Rescatad las
humanidades de la postración en que están sumidas. Primero es la educación del
hombre y luego es la del especialista. Si en algo puedo orientaros en este particular,
en mí tendréis siempre un amigo y un compañero de ruta, y para todos y cada uno
de vosotros las puertas de mi humilde morada estarán siempre abiertas. Y cuando
me encontrare con alguno singularmente, le diré con Miguel de Unamuno: Que Dios
no te dé paz, y sí gloria.
Enero/1994
0 comentarios:
Publicar un comentario