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Eco y Santo Tomás
por Carlos Castillo Peraza
Como seguramente ya pudo enterarse el lector de nexos, la
dirección de la revista me encargó la traducción del ensayo que, bajo el título
Elogio de Santo Tomás, publicó el semanario italiano L'Espresso en 1974. El
texto merecía una
introducción y algunas notas para tratar de hacerlo más comprensible
a quienes se interesaran en leerlo. Las notas están a pie de página de la
traducción. La introducción constituye h oy el texto de la parabólica correspondiente
a este número de nexos.
De Umberto Eco empecé a saber cuándo El nombre de la rosa se
convirtió primero en best seller, y luego en película. El autor, empero, tenía
ya una historia personal, política y académic a antes de que aquella novela,
entre policiaca y filosófica, interesara a millones de lectores. En efecto,
durante los años cincuenta, es decir, en sus floridos veinte, sin títulos ni
honores universitarios y sin haberse sumergido aún en las aguas del lenguaje,
las lenguas, los relatos y las narraciones, Eco —junto con Gianni Vattimo y
Furio Colombo— dirigía la Acción Católica Juvenil de la arquidiócesis de Turín,
Italia.
De algún modo, el propio autor reconoció esta filiación
cultural cuando la revista más prestigiada de los jesuitas —la muy romana
Cività Cattolica— criticó El nombre de la rosa señalando los errores históricos
en que incurre y lamentando su aparente propósito de "desacreditar y hacer
irrisorios todos los valores de la Iglesia, la religión, la ética, la
civilización y la vida". Eco respondió de inmediato que su novela surgió
de una obsesión personalísima: la de "asesinar a un fraile", nacida
cuando "consciente y definitivamente" abandonó tanto el catolicismo
como la agrupación religiosa en q ue militó.
Luego, además de sus especializadísimos trabajos de
semiólogo, Eco produjo El péndulo de Foucault. A los admiradores y a los
detractores de esta extensa, compleja y críptica obra que coincidían en afirmar
que era una denuncia contra un supuesto poder mundial oculto que decide el
rumbo del mundo, el escritor dio la respuesta siguiente:
La teoría de la conspiración, la obsesión del Plan, es consecuencia de que hubiese venido a menos la fe en Dios y de la irrupción consecuente de la pregunta: "¿qué hay en lugar de Dios?,
¿quién mueve los hilos de lo que sucede?", interrogante que evoca el aserto de Chesterton: "desde que los hombres no creen en Dios, no es que ya no crean en nada: es que creen en todo".
No obstante que Eco no deja de proclamar su "explícita
y meditada apostasía", hace algunos años firmó en Italia una petición
pública para que en las escuelas del Estado se implante "un programa
confesional de cultura bíblica" y en 1995 aceptó intercambiar cartas con
el cardenal jesuita Carlo Maria Martini —erudito y agudo arzobispo de Milán— en
las páginas de la revista Liberal. El epistolario completo acaba de ser editado
en forma de libro por Taurus, bajo el título ¿En qué creen los que no creen? A
pesar de la deficiente traducción al castellano, las cartas de Eco permiten
razonablemente sospechar que en el pecho de nuestro agnóstico late un corazón
que quizá mantiene una de sus terminales
nerviosas conectada a las viejas y aparentemente extirpadas raíces de la que
fue su fe juvenil. No en balde su tesis doctoral fue precisamente acerca del
autor de las "cinco vías".
En este mismo sentido podrían interpretarse otras expresiones
del autor. ¿No comparó los softwares de Macintosh y MS-DOS con el catolicismo y
el protestantismo, respectivamente, al código básico (le ambos con el Antiguo
Testamento, y al Windows con el cisma anglicano? ¿No declaró su nostalgia por
el san Juan Bosco que fue capaz de fundar —en tiempos de cambio— comunidades
humanas que, si se crearan hoy, ayudarían a resolver el problema de la
"masturbación tecnológica" que nace de la soledad del
"cibernauta" incapaz de establecer relaciones "cara a
cara"? Todo lo anterior tal vez ayude a comprender por qué cuando el catolicismo
recordaba el aniversario
número setecientos del fallecimiento de Tomás de Aquino en Fossanova,
Italia, el 7 de marzo de 1274, Umberto Eco publicó en L'Espresso el ensayo que
reproduce nexos en su número correspondiente al mes en que se cumple n 724 años
de la muerte de aquel fraile dominico que comenzó siendo apodado por sus
contemporáneos "el buey mudo" y hoy suele ser llamado por unos
"el doctor angélico" y por otros "el doctor universal".
El texto muestra a un Umberto Eco que lamenta que el mundo
católico no hubiese sido capaz de producir, para los días que corren, un
pensador de la talla que tuvo Tomás de Aquino. El autor muestra ignorar los
esfuerzos de su
paisano Philippo Selvaggi
por asumir los
resultados de la ciencia
física contemporánea, los del francés Claude Trésmontant para repensar
la doctrina de la creación a partir de los frutos de la astrofísica actual, los
del belga Michel Schooyans para plantear los temas y los problemas biológicos y
bioéticos con base en lo que aportan las ciencias de la vida humana, los del
también belga Charles Moeller en el análisis de la litera-tura del siglo XX. Me
parece que Eco exagera al casi declarar que, después de Tomás, el pensamiento
cristiano es una especie de páramo en el que sólo habitan idól atras de la
síntesis tomista.
Sobre todo, valdría la pena averiguar por qué un católico
talentoso y enciclopédico como Umberto Eco no quiso afrontar el reto que él
mismo define, y asimismo por qué prefirió criticar al tomismo desde fuera de la
Iglesia a reconstruir desde dentro de ésta la Summa "móvil" que sustituyese a las
summae estáticas que tanto le disgustan. Su elogiado Tomás corrió el riesgo de
ser condenado por hereje para lograr finalmente su victoria cultural sobre el
neoplatonismo, condena que , por otra parte, no quedó en amenaza puramente
documental: se sabe que el rey san Luis tuvo que enviar a sus arqueros, sus
guardias personales, a proteger el convento parisiense de los dominicos,
acosado por las turbas "académicas" o "universitarias"
(nuestros "porros" de diversas observancias no inventan el hilo
negro) fanáticas de Platón, que querían linchar al fraile partidario de
Aristóteles.
combate—, y haberse resignado a ser tal vez el mejor de los espectadores, pero seguramente no un protagonista central de esa necesaria batalla cultural que produce lo que él mismo llama "la conmoción de reconstruir todo de nuevo". De cualquier modo, la lectura de su ensayo es interesante y, en algunos momentos, hasta apasionante.Eco parece haber preferido no correr un riesgo semejante —que es el de la derrota después del buen
Ensayo
Publicado en 1974 —año en que se conmemoró el séptimo
centenario de la muerte de Santo Tomás — por L’Espresso, este ensayo lamenta que el mundo actual no
haya sido capaz de producir a un sabio
de la talla de Santo Tomás, cuyo sistema
móvil de pensamiento
permite, como ningún otro,
"pensar honestamente". El lector encontrará un marco de
referencia más amplio
en la parabólica de
Carlos Castillo Perora que aparece en
este mismo número.
Elogio de Santo Tomás por Umberto Eco
Una mala jugada
La peor desgracia de su carrera no se abatió sobre Santo
Tomás de Aquino el 7 de marzo de 1274, cuando murió en Fossanova con apenas 49
años de edad y los monjes no lograron bajar su cuerpo por las escaleras. a
causa de su gordura. Tampoco cuando, tres años después de su muerte, el
arzobispo de París Etienne Tempier emitió una lista de proposiciones heréticas
(doscientas diecinueve) que incluía la mayor parte de las tesis averroístas,
ciertas observaciones acerca del amor terrestre elaboradas cien años antes por
André Le Chapelain y veinte proposiciones claramente atribuibles al angélico
doctor Tomás, de los señores de Aquino. La historia evacuó rápidamente este acto represivo y Tomás, ya muerto, ganó su batalla, en tanto que Etienne Tempier
terminó —junto con Guillermo de Saint Amour, el otro enemigo de Santo Tomás —
entre los rangos desgraciadamente eternos de los grandes restauradores que
comienzan con los jueces de Sócrates y,
pasando por los de Galileo, terminan provisionalmente en
Gabrio Lombardi. 1
1 Se tra ta de un ca tól i co i ta l iano, promotor de l a
Democra ci a Cri sti ana a pa rti r del fi na l de l a Segunda Guerra mundi a l
, conoci do por s us pos i ci ones a dversa s a l a l ega li zación del di
vorcio, del a borto, del us o de droga s . (T.)
La desgracia que echa a perder la vida de Santo Tomás
sobrevino en 1323, dos años después de que muriera Dante y quizás un poco por
su propia culpa, cuando Juan XXII decidió convertirlo en Santo Tomás de Aquino.
Fue una mala jugada, como las de recibir el premio Nobel, ingresar en la
Academia Francesa o conseguir el Oscar. El beneficiado se vuelve algo parecido
a la Gioconda: un cliché. Constituyen el momento en que un gran incendiario es
nombrado bombero.
El burro y el buey
Este año se conmemora el séptimo centenario de la muerte de
Tomás. 2 Tomás vuelve a estar de moda como santo y como filosofo; se intenta el
elucidar lo que Tomás habría hecho hoy si hubiera tenido la fe, la cultura y la
energía intelectual con las que contó en su tiempo. Pero en ocasiones el amor
entenebrece las almas. Para decir que Tomás fue grande, se afirma que fue un
revolucionario y es necesario tratar de entender en qué sentido lo fue, porque
no puede afirmarse que fuese un restaurador, pero sí que levantó un edificio
tan sólido que, después de él, ningún revolucionario ha podido fisurarlo desde
el interior; lo más que ha podido hacerse —de Descartes a Hegel, de Marx a
Theilard de Chardin — es hablar de aquel "desde el exterior".
Lo anterior es todavía más interesante porque no se
comprende cómo pudo ser causa de escándalo un individuo tan poco romántico, tan
gordo y tan sosegado que en la escuela tomaba notas en silencio con aire de no
entender nada y era objeto de las burlas de sus compañeros. Una vez, cuando en
el refectori o del convento estaba sentado en su doble sitial (había sido
necesario cortar el brazo de separación para hacerle un espacio más ancho), los
bromistas monjes le hicieron creer que afuera había un burro que volaba; el
corrió a verlo; los otros morían de risa (se sabe que los frailes mendicantes
tienen gustos muy simples); entonces Santo Tomás (que no era un bobo) les dijo
que era más verosímil un burro volador que un monje mentiroso y los religiosos
enrollaron la cola. Ese estudiante, que fue apodado por su camarada "el
buey mudo", llegó a ser un profesor adorado por sus alumnos. Un día que se
paseaba por las colinas con sus discípulos y miraban juntas Paris desde lo
alto, aquellos le preguntaron si le gustaría ser el señor de tan bella ciudad.
Él contestó que, por mucho, preferiría contar con el texto de las homilías de
san Juan Crisóstomo. Sin embargo, cuando un enemigo ideológico le llenaba los
zapatos de piedras, se convertía en una fiera y —en su latín que parece
decir muy poco porque se
le entiende y tie ne
los verbos donde un italiano espera encontrarlos—explotaba en
maledicencias y sarcasmos coma cualquier Marx que fustigara a M. Szeliga.
Un sólido luchador
¿Era un gordo bonachón? ¿Era un ángel? ¿Era asexuado? Cuando
sus hermanos quisieron impedirle ser
dominico (en esa época el hijo menor de una familia bien se hacía benedictino,
lo que era digno, y no fraile
mendicante, lo que equivaldría hoy a entrar en Una comunidad
maoísta a irse a trabajar con Danilo Dolci), 3
lo
2 El a rtícul o fue publ i ca do en 1974 por L'Espresso.
3 Dol ci fue l o que
s e s uel e l l a ma r un "burgués ” que ha ci a l os s etenta deci di ó i
rs e a vi vi r entre y con l os ca mpes i nos , es peci a l mente del s ur de
Ita l i a , a qui enes enca bezo en l a defens a de s us ti erra s y a gua s ,
y en l a res i s tenci a a l monopol i o y a l a cons trucci ón es pecul a ti
vos . (T.)
secuestraron mientras marchaba hacia Paris y lo encerraron
en el castillo de la familia. Luego, para liberarlo de esa idea fija y hacer
que se convirtiera en un abad come se debe, le mandaron a su cuarto una
muchacha desnuda y dispuesta a todo. Tomás tomó, entonces un tizón y se puso a
pe rseguir a la joven con la clara intención de quemarle las nalgas. Entonces
¿nada de sexo? Vaya usted a saberlo, porque la cosa lo turbaba de tal
modo que desde
entonces, según Bernardo
de Guido, "si los encuentros
con mujeres no eran verdaderamente necesarios, los evitaba como si fuesen
serpientes".
En cualquier caso, el hombre era un luchador. Sólido,
lúcido, concibió un ambicioso proyecto, lo ejecutó y ganó. Veamos cuál era el
terreno de combate, qué estaba en juego y qué ganancias obtuvo.
Cuando Tomás nació, las comunas italianas llevaban cincuenta
años de haber vencido la batalla de Legnano contra el Imperio. Inglate rra
llevaba diez con la Carta Magna. En Francia acababa de terminar el reino de
Felipe Augusto. El Imperio agonizaba. En cinco años, las ciudades marítimas,
libres y comerciantes del Norte constituyeron la Liga Hanseática. La economía
florentina se encontraba en fase de expansión y se acuñaba el florín de oro;
Fibonacci ya había inventado la partida doble; la s escuelas de Medicina en
Salerno y de Derecho en Bolonia llevaban cien años de progreso. Las Cruzadas se
hallaban en estado avanzado. Esto quiere decir que los contactos con el Oriente
estaban en pleno auge. Por otro lado, los árabes de España fascinaban al mundo
occidental con sus descubrimientos científicos y filosóficos. La técnica conocía
un vigoroso desarrollo: las maneras de herrar los caballos, de hacer girar los
molinos, de pilotar los barcos, de uncir a las bestias de tiro y de labor habían cambiado. En el
Norte, monarquías nacionales; en el Sur,
comunas libres.
Se busca instrumento
En síntesis, todo lo anterior ya no tiene que ver con la
Edad Media, al menos como se la concibe vulgarmente y, si se quiere polemizar,
se diría que, salvo lo que Tomás está cocinando, se trata ya del Renacimiento.
Sólo que, para que lo que sucedió sucediera, fue necesario que Tomás cocinara
lo que cocinó. Europa trata de darse una cultura que refleje una pluralidad
política y económica, abierta a un nuevo sentimiento de la naturaleza, de la
realidad concreta, de la individualidad humana sometida al paternal control de
la Iglesia que nadie pone en tela de juicio. El proceso de producción y el de
organización se racionalizan; es necesario hallar los instrumentos técnicos de
la razón. En el momento en que nace Tomás, las técnicas de la razón llevan
funcionando un siglo. En la parisiense Facultad de Artes se enseña música,
aritmética, geometría y astronomía, pero también dialéctica, lógica y retórica.
De una manera nueva. Un siglo antes Pedro Abelard o había pasado por allí:
perdió los genitales por razones privadas, pero su cabeza no perdió vigor: el
nuevo método consiste en comparar opiniones de las diferentes autoridades
tradicionales y en llegar a una decisión siguiendo procedimientos lógicos fundados sobre una gramática laica de
las ideas. Se hace lingüística y semántica: se pregunta lo que una palabra dada
quiere decir y en qué sentido se la emplea. Los textos de lógica de Aristóteles
son los manuales de estudio pero no todos han sido traducidos n i
interpretados; nadie sabe griego, excepto los árabes que van mucho más
adelantados que los europeos tanto en filosofía cuanto en ciencias.
Alucinación y visión
Sin embargo, la escuela de Chartres lleva un siglo
redescubriendo los textos
matemáticos de Platón y construyendo una
imagen natural del mundo, regida por leyes geométricas y proces os mensurables.
Todavía no se está en el método experimental de Roger Bacon, sino en una
construcción teórica, en una tentativa de explicar el unive rso a partir de
bases naturales, aun cuando la naturaleza es considerada un agente divino.
Roberto de Grosseteste el abora una
metafísica de la energía luminosa que nos hace pensar un poco en Bergson y otro poco en Einstein: nacen los estudios de
Óptica, es decir, se plantea el problema de la percepción de los objetos físicos
y se traza la frontera entre alucinación y visión.
Esto es ya mucho porque el universo de la Alta Edad Media
era el de la alucinación, bosque simbólico poblado de presencias misteriosas en
el que las cosas eran vistas como el relato continuo de una divinidad que pasara su tiempo leyendo
y elaborando crucigramas. En la época de Tomás, este universo de la alucinación aún no
desaparecía bajo los golpes del universo de la razón. Por el contrario, éste
era producto de las élites intelectuales y se le miraba de soslayo porque se
miraba de soslayo a todas las cosas terrestres.
San Francisco le hablaba a los pajarillos pero el andamiaje
filosófico de la filosofía es neoplatónico. Esto significa claramente que
lejos, muy lejos, está Dios: en su globalidad inaccesible se agitan los princi
pios de las cosas, las ideas: el universo es efecto de una distracción
benevolente de ese Uno remot ísimo que parece verterse lentamente hacia abajo dejando huellas de su perfección
en los sucios grumos de sus excrementos, como sedimentos de azúcar en la orina.
En tal estiércol, que representa para el neoplatonismo la periferia más
soslayable del Uno, es posible encontrar —casi siempre gracias al golpe genial
del crucigramista— trazas, gérmenes de comprensión; en realidad la comprensión
se encontraba en otra parte: allí donde, en el mejor de los casos, llegaba el
místico con su intuición nerviosa, descarnada y penetraba con el ojo de un casi
drogado en el departamento de soltero del Uno, lugar del único festín
verdadero.
Platón y San Agustín habían dicho todo lo necesario para
comprender los problemas del alma. Sin embargo, cuando era preciso definir la
naturaleza de una flor, o la del enmarañamiento de las tripas que los médicos
de Salerno examinaban en el vientre de los enfermos, o la de los efectos
benéficos del aire fresco una tarde primaveral, todo se complicaba. Entonces
valía más conocer las flores a partir de las miniaturas de los visionarios,
ignorar las tripas y considerar peligrosamente tentadoras las tardes de
primavera. La cultura europea estaba, pues, dividida entre los que entendían el
cielo y los que entendían la tierra. Y quien prefería entender la tierra y se
desinteresaba del cielo sufría molestias: alrededor erraban las Brigadas Rojas
de la época, sectas heréticas que por un lado querían cambiar al mundo y
construir repúblicas imposibles y, por el otro, practicaban la sodomía, el robo
y otras maldades. Vaya a saberse si todo era cierto pero, en la duda, más valía
matarlos a todos.
Un griego excepcional
En esos tiempos, los hombres de la razón aprenden de los
árabes que hay un viejo maestro (griego) que podría aportar una clave para uni
ficar a esos miembros dispersos de la cultura: Aristóteles.
Aristóteles sabía hablar de Dios, pero clasificaba piedras y
animales, se ocupaba de los movimientos de los astros, sabía lógica, se
interesaba por la psicología, hablaba de física, ordenaba sis temas políticos.
Sobre todo, Aristóteles ofrecía las claves (y Tomás sabría explotarlas
plenamente) para invertir la relación
entre la esencia de las cosas —es decir, lo que se puede
entender y decir de las cosas, incluso cuando no las tenemos a la vista— y la
materia de que las cosas están hechas. Dejemos en paz a Dios, que vive bien en
su lugar y que
ha dotado al
mundo de excelentes
leyes físicas que le permiten
marchar solo. No nos extraviemos en el intento de hallar
huellas de esencias en esa suerte de caída mística durante la cual —y perdiendo
en el camino lo mejor— las esencias acaban por contaminarse de materia. El
mecanismo de las cosas lo tenemos ante los ojos. Las cosas son el principio de
su propio movimiento: un hombre, una flor, una piedra son organismos que crecen
de acuerdo con una ley interna que los echa a andar; la esencia es el principio
de su crecimiento y de su organización. Es algo que ya está al lí, listo para
explotar; algo que rige desde dentro el movi miento de la materia y la hace
desarrollarse y manifestarse: algo por lo que podemos entenderla. Una piedra es
una parcela de materia que asumió una forma: de este matrimonio nació una sustancia
individual. El secreto del ser, como lo explicará Tomás en un relámpago de
genio, se encuentra en el acto concreto de existir. La existencia, lo que
acaece no son accidentes que les suceden a las ideas: éstas, por su parte,
están mejor en el calor uterino de la divinida d lejana. Por principio de
cuentas, gracias al cielo, las cosas existen concretamente. Luego las
comprendemos.
Naturalmente,
quedan dos puntos por precisar.
En primer lugar, para la
tradición aristotélica, entender las cosas no quería decir estudiarlas
experimentalmente: bastaba entender que las cosas cuentan, la teoría se ocupaba
del resto. Es poco, si se quiere, pero es ya un notable salto hacia adelante en
relación con el universo alucinado de los siglos precedentes. En segundo
término, si Aristóteles debía ser cristianizado, había que dar más espacio a
Dios que andaba un poco distante. Las cosas cambian en virtud de la fuerza
interna del principio de vida que las mueve, pero habrá que admitir que, si
Dios toma en serio todo este gran movimiento, es muy capaz de pensar la piedra
mientras ésta se vuelve piedra por ella misma y que, si decidiera cortar la corriente
eléctrica (a la que Tomás llama "participación" .), se daría el
black-out cósmico. En consecuencia, la esencia de la piedra está en la piedra,
es captada por nuestro espíritu que es capaz de pensarla, pero existía ya en el
espíritu de Dios quien está lleno de amor y no pierde el tiempo en arreglarse
las uñas, sino aportando energía al universo. Así había que jugar el juego.
Sino, Aristóteles no hubiese entrado en la cultura cristiana y, si no entraba,
tampoco hubieran entrado la naturaleza y la razón.
El juego es difícil porque los aristotélicos que Tomás
encuentra cuan do comienza a trabajar habían seguido otro camino que hasta
puede gus tamos más, y que un intérprete aficionado a los cortos circuitos
históricos podría presentar como
materialista. Sería empero un materialismo muy poco dialéctico, un materialismo
astrológico que habría disgustado un poco a todos: tanto a los guardianes del
Corán como a los del Evangelio. El responsable había sido, un siglo antes,
Averroes, hombre de cultura musul mana, de raza berebere, de nacionalidad
española y de lengua árabe. Averroes conocía a Aristóteles mucho mejor que
nadie y entendió a dónde llevaba la ciencia aristotélica: Dios no es un mañoso
que se mete al azar en todo. El estructuró la naturaleza en su orden mecánico y
sus leyes mate máticas, regida por la determinación estricta de los astros: y,
dado que Dios es eterno, el mundo en su orden tam bién lo es. La filosofía
estudia este orden, es decir la naturaleza. Los hombres somos capaces de com prenderla
porque en cada uno de nosotros actúa un mismo principio de inteligencia. Si no,
cada uno vería las cosas a su manera y no podríamos entendemos. La conclusión
materialista era inevitable: el mundo es eterno, está regido p or un
determinismo previsible y, si un solo intelecto habita en todos los hombres, el
alma inmortal no existe. Si el Corán dice otra cosa, el filósofo debe creer
filosóficamente e n lo que su ciencia le
prueba y luego, sin plantearse demasiados
problemas, creer lo contrario sometiéndose a su fe. Hay dos
verdades. La una no tiene por qué molestar a la otra.
Averroes llevó a conclusiones claras lo que estaba implícito
en un aristotelismo riguroso. Esta fue la causa de su buen
éxito entre los maes tros de la
Facultad de Artes de París, particularmente
Siger de Brabante —a quien Dante ubicó en el Paraíso al lado de Santo
Tomás, no obstante que éste fue a su vez la causa del desplome de la carrera
científica de aquél, así como de su relegación a capítulos secundarios de la historia
de la filosofía.
Política de la cultura
El juego de política cultural que Tomás trata de jugar es
doble: por una parte, hacer que la ciencia teológi ca de su tiempo acepte a
Aristóteles; por la otra, disociar al griego de la utilización que le daban los
averroístas. Al hacer eso, Santo Tomás se topa con un escollo: él pertenece a
las órdenes mendicantes4 que tuvieron la
desventura de poner en circulaci ón a Joaquín de Flore y a
una banda de herejes apocalípticos que
se convirtieron en un grave peligro para el orden constituido por la Iglesia y
por el Estado. Esto permitió a los maestros reaccionarios de la Facultad de
Teología, dominados por el temible G uillermo de Saint Amour, cerrar filas para
afirmar que todos los frailes mendicantes eran j oaquinitas y heréticos que
querían enseñar al Aristóteles, maestro de los materialistas ateos averroístas.
Se trata del mismo juego de Gabrio Lombardi: quien quiere legalizar el divorcio
es amigo del que quiere legalizar el aborto, y éste del que quiere legalizarla
droga: vote sí a la vida como el primer día de la creación .5
Por el contrario. Tomás no era hereje ni revolucionario. Se le lla mó "concordista".6
Tomás pone un extraordinario sentido común en la realización
de su proyecto de acordar la nueva ciencia con la ciencia de la revelación.
También una gran adhesión a la realidad natural y al equi librio terreno. Quede
claro: no aristoteliza el cristianismo, sino que cristianiza a Aristóteles; no
pie nsa —jamás pensó— que con la razón se podía entender todo, sino que todo
podía entenderse con la fe; quiso decir sencillamente que la fe no estaba en
desacuerdo con la razón y, en consecuencia, que era posible darse el lujo de
razonar fuera del universo de la
alucinación. Así se entiende por qué, en la arquitectura de sus obras, los
capítulos principales no hablan más que de Dios, de los ángeles, del alma, de
las virtudes, de la vida eterna; sin embargo,
en esos capítul os
todo encuentra sitio
más que racional:
"razonable". Es dentro
de una
arquitectura teológica que se comprende por qué el hombre co
noce las cosas, por qué su cuerpo está hecho
4 La s má s i mporta
ntes entre és ta s fueron y s i guen s i endo l a funda da por Sa n Fra nci s
co de As ís y l a funda da por Sa nto Domi ngo de Guzmá n, res pecti va mente l
os fra nci s ca nos y l os domi ni cos . Tomá s perteneci ó a és ta . Joa quín
d e Fl ore —de Fi ore o de Fl ora —, a qui en Eco s e referi rá ens egui da ,
fue fra nci s ca no. A l os men di ca ntes , que de a l gún modo rompi eron el
monopol i o del mona rqui s mo que ha s ta el s i gl o XIII tuvi eron l os
benedi cti nos , s e l es l l a mó "fra i l es " (del l a tín frater
"herma no"). Ta mbi én fueron "fra i l es " l os a gus ti
nos , l os ca rmel i ta s , l os merceda ri os , l os míni mos y l os s ervi ta s . (T .)
5 Cua ndo en Ita l i
a s e s ometi ó a referéndum s i debía conti nua r vi gente l a l ey que i
gnora ba el di vorci o. Lomba rdi fue pa rti da ri o del “sí” y enca bezó l a
ca mpa ña contra una nueva l ey que l o a dmi ti es e j unta ndo en una s ol a
ca tegoría a todos l os menci ona dos
por Eco en s u metá fora hi s tóri ca . (T.)
de cierta manera, por qué para decidir debe examinar los
hechos y las opiniones y resolver las contradicciones sin ocul tarlas, tratando
de ponerlas frente a frente —componerlas— a plena luz.
Iglesia y naturaleza
Gracias a todo eso, Tomás dio a la Iglesia una doctrina que,
sin quitarle un pelo de su poder, dejó a las comunidades en libertad para
decidir si eran monárquicas o
republicanas, y que distingue, por ejemplo, diferentes tipos y derechos de propiedad.
Esto, hasta el punto de decir que el derecho de propiedad existe en cuanto a la
posesión pero no en cuanto al uso. Ejemplo: yo tengo derecho de poseer un
inmueble en la calle Tibaldi pero, si hay personas que habitan en barracas, la
razón me exige que yo les per mita utilizar aquélla (yo seguiré siendo el
propietario de mi inmueble, pero los otros deben habitarlo incluso si repugna a
mi egoísmo). Hay más: ésta y otras soluciones están fundada s en el equilibrio
y en esa virtud llamada "prudencia", cuyo "fin" es
conservar la memoria de las experiencias adquiridas, el sentido exacto de los fines, la atención lista para la coyuntura, la investigación racional progresiva, la previsión de las contingencias futuras, la circunspección frente a las oportunidades, la precaución ante las complejidades y el discernimiento frente a las condiciones excepcionales.
Llega a tanto, porque este místico que no hallaba la hora de
perderse en la visión beatífica de Dios a la que el alma humana aspira
"por naturaleza", era también un hombre extraordinariamente atento a
los valores naturales y respetuoso del discurso racional.
No olvidemos que antes de Tomás, cuando se estudiaba el tex
to de un autor antiguo, el comentador o
el copista que
encontraba algo discordante
con la religión
re velada recurría a uno
de estos
tres expedientes: borraba las frases "erróneas", las
acompañaba de un signo de dubitación para alertar al lector, desplazaba los
"errores" al margen. Por el contrario ¿qué hacía Tomás? Alineaba las
opiniones divergentes, esclarecía el sentido de cada una de éstas, ponía todo
en cuestión —incluso el dato de la revelación—, enumeraba las objeciones
posibles, intentaba la mediación final. Todo debía ser hecho en público, como
pública era la disputatio7
de la época: entonces entraba en funciones el tribunal de la razón.
7 La disputatio,
en ti empos de Sa nto Tomá s y en l a s uni vers i da des medi eva l es ,
era una di s cus i ón públ i ca , ca s i con ca rá cter de j us ta o comba te de honor, s uj eta a
regl a s cl a ra s que s e a pl i ca ba n en forma ri guros a pa ra evi ta r que l a di s cus i ón degenera s e
en di va ga ci ón. Un ma
es tro ex ponía una
tes i s . Qui en qui s i era
obj eta rl a , debía ha cerl o
en forma de s i l ogi s mo.
El defens or repetía l a obj eci ón y j
uzga ba ca da una de s us propos i ci
ones . Si l ogra ba demos tra r el
error de a l guna de l a s
premi s a s de s u i mpugna nte,
és te es ta ba obl i ga do a proba rl a . Fue, en l a época , el recurs o uni vers i ta ri o má s i mporta nte
y má s s ocorri do pa ra a cl a ra r cues ti ones controverti da s . Incl us o,
como l o ha mos tra do Erwi n Pa nofs ky en Architecture Gothique
et Pensée Scholastique, era el
método que empl ea ba n l os a
rqui tectos pa ra toma r deci s i ones
rel a ti va s a l a
cons trucci ón de edi fi ci os , l o que ha hecho que el a utor menci ona do a fi rme que
s e tra ta del método uni vers a l del
pens a mi ento y l a a cci ón medi eva l es . (T.)
Los especialistas más finos y más f ieles del tomismo, como
Gilson, 8 han mostrado brillantemente que, si se lee bien, se descubre que en
todos los casos el dato de la fe prevalecía sobre todo lo demás y
orientaba la elucidación del
problema, a saber: que Dios y la
verdad revelada precedían y guiaban el movimiento de la razón laica. Nadie ha
dicho nunca que Tomás era Galileo. Sencillamente, Tomás le aporta a la Iglesia
un sistema doctrinal que la pone en acuerdo con el orden natural. Y obtiene
victorias fulgurantes. Los datos hablan.
Nuevas reglas del juego
Antes de él se afirmaba que "el espíritu de Cristo no
reina donde vive el espíritu de Aristótel es"; en 1210 los libros de
filosofía natural del filósofo grie go estaban aún prohibidos y las
prohibiciones continuaron durante los decenios siguientes, mientras Tomás hacía
traducir esos textos por sus colaboradores y los comentaba. Pero en 1255 todo
Aristóteles pasa. Después de la muerte de Tomás, como hemos visto, se intenta
todavía una reacción, pero finalmente la doctrina católica se alinea con las
posiciones aristotélicas. El dominio y la autoridad espiritual que alguien como
Croce ejerció sobre cincuenta años de cultura italiana son nada comparadas con
la de Santo Tomás quien, en cuarenta años, cambió toda la política cultural del
mundo cristiano. Después de esto, el tomismo. Tomás dotó al pensamiento
católico de un marco tan completo, dentro del cual todo encuentra sitio y
explicación, que a partir de entonces el pensamiento católico no logra mover
nada. Cuando mucho, con la escolástica contrarreformista, reelabora a Santo
Tomás, nos restituye un tomismo jesuítico, un tomismo dominico y hasta un
tomismo franciscano en el que se agitan las som bras de Buenaventura, Duns
Scoto y Ockham. Pero a Tomás ya no puede tocársele. Lo que en él fue una
ansiedad de construir un sistema nuevo, deviene, en la tradición tomista,
vigilancia conservadora de un sistema intocable. Donde Tomás conmovió,
trastornó todo para reconstruir de nuevo, el tomismo escolástico trata de no
tocar nada y hace prodigios de acrobacia pseudotomasiana para atrapar lo nuevo
en las redes del sistema de Tomás. La tensión y la sed de conocimiento que el
robusto Tomás poseía en el grado más alto se desplazan hacia los
movimientos heréticos y la reforma
protestante. De Tomás queda el marco y
no el esfuerzo intelectual que fue necesario para armar ese marco que, en su
época, fue ver daderamente "diferente".
Naturalmente, la falta es también suya, puesto que él dio a
la Iglesia un método para conciliar las tensiones y englobar de manera no
conflictiva todo lo que no se puede evitar. Fue él quien enseñó a cernir las
contradicciones para resolve rlas de modo armonioso. Aceptada la apuesta, se
creyó que Tomás enseñaba a expresar un "ni sí ni no", allí donde
había una oposición entre sí y no. Sólo
que Tomás lo hizo en un momento en que decir "ni sí ni no", no
equivalía a dete nerse sino a seguir adelante y cambiar las reglas del juego.
Por eso se puede preguntar qué haría Tomás de Aquino si vi
viera hoy. Se puede responder que, de todas maneras, no reescribiría una Summa
Theologica. Tendría en cuenta al marxismo, a la teoría de la relatividad, a la
lógica formal, al existencialismo, a la fenomenología. No comentaría a
Aristóteles, sino a
Marx y a Freud. Cambiaría sus métodos de argumentación que
se volverían un poco menos armónicos y
8 Eco s e refi ere a
Eti enne Gi l s on, a utor que es tudi ó no s ól o el p ens a mi ento de Sa nto
Tomá s , s i no l os de otros muchos pens a dores de l
a época , y
es a utor de
obra s nota bl es como
Le Thomisme, La
philosophie de saint
Bonaventure, Introduction à l’étude
de saint Augustin,
La Théologie mystique
de saint Bernard.
Dante et la
Philosophie, Eloïse et Abélard,
L'esprit de la philosophie médiévale.
Jean Duns Scot, etc. (T.)
conciliadores. En fin, se daría cuenta de que no es posible
ni debido elaborar un sistema definitivo, acabado como una arquitectura, sino
una especie de sistema móvil, una summa de hojas sustituibles porque en su
enciclopedia de las ciencias habría que incluir la noción de lo provisional
histórico. Yo podría afirmar que sería
cristiano, pero supongámoslo.
Tengo la certeza
de que participaría
en las celebraciones de su aniversario únicamente para re cordar que
no se trata de decidir cómo seguir utilizando lo que él pensó, sino de pensar
otras cosas: que es necesario, cuando mucho, aprender de él lo que es necesario
hacer para pensar honestamente como hombre del propio tiempo. Dicho esto, no
querría estar en su lugar.
Traducción de Carlos
Castillo Peraza
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